Pïo Cabanillas Alonso está cosechando en los últimos tiempos un número de enemigos verdaderamente espectacular, aunque la mayor parte pertenece al Gobierno y al PP, lo que limita relativamente su mérito. No obstante, parece un infundio exagerado incluso como injuria intrapartidista atribuir al Portavoz del Gobierno una vuelta al seno empresarial de PRISA –el “think tank” liberal de donde lo extrajo Aznar– cuyo primer paso sería la desestabilización informativa del Gobierno y el Partido Popular.
Es cierto que Cabanillas ha protagonizado en un cortísimo periodo de tiempo dos formidables epopeyas periodísticas: la información sobre las entrevistas de Felipe González en Marruecos, que no se celebraron, y la de Javier Solana en "Los desayunos de TVE", adonde no llegó. De ambas ha salido pringado y ridiculizado el Gobierno y de ambas ha salido como víctima el PSOE, que es lo que más le conviene y lo que más le gusta. Pero si Cabanillas es el responsable de lo que no son errores o estupideces sino meras consecuencias lógicas del despotismo informativo propiciado por La Moncloa, debe consignarse que ha progresado desde lo de Marruecos. Esta vez ha sido él mismo el que ha pedido foco y ha ocupado el papel estelar que la oficiosidad de Ferrari o de Mariñas había reservado a Míster Pesc. Nadie dirá que tira la piedra y esconde la mano o que no sea capaz de dar la cara. Mientras se la rompan a otro, qué más le da.
El que debería salir la próxima semana en "Los Desayunos de Pío" es el ministro de Hacienda, el señor Montoro, para repetir eso de que “hay que arrimar el hombro” para “sacar adelante entre todos a RTVE” y para insultar a los medios privados por criticar la competencia desleal de RTVE, que tan temeraria y taxativamente niega don Cristóbal. Desde luego, podrá discutirse el grado de deslealtad. La incompetencia, no.
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