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Es posible que no llegue al diez por ciento (raro será que pase del cinco) el porcentaje de espectadores que, tras ver el debate en Antena 3 entre Mayor y Borrell, decidieron cambiar su voto para las elecciones europeas. Uno y otro candidato abundaron en los argumentos propios de liberal-conservadores y socialistas, de peperos y sociatas, y cada telespectador pudo encontrar en cada uno de los candidatos un referente serio y razonable de los puntos de vista que diferencian a la derecha y la izquierda en la España de los últimos meses (caso del PSOE) o años (caso del PP). Borrell no estuvo mal, siempre que uno crea que los argumentos socialistas, de orden eminentemente verbal, son mejores que las concreciones materiales que reclaman y esgrimen sus adversarios. Mayor estuvo bien, en ocasiones muy bien, si uno cree que obras son amores y no buenas razones, si uno piensa, con los números en la mano, que la izquierda puede predicar elocuentísimamente, pero que, al final, sólo la derecha es capaz de dar trigo.
 
El balance de este segundo debate cara a cara es, a mi juicio, mucho más favorable a Mayor que el debate de Telecinco. La razón esencial es que el candidato del PP apareció relajado, sin atender al reloj más que al discurso y pendiente de los detalles, gestos y deslices de Borrell para castigarle el hígado dialéctico. Mayor pasó de la defensiva a la ofensiva, sin perder nunca esa forma suavona y democristiana de atacar al prójimo que es capaz de desquiciar a los bárbaros, a los romanos y hasta a los leones. Borrell no está acostumbrado a jugar sin balón y se le notó la perplejidad, el desconcierto y, dentro de su innegable facilidad de palabra, una cierta torpeza para salir del rincón al que una y otra vez lo llevaba Mayor. Tenía a su favor otra cosa el candidato del PP, y es que sus razones están sustentadas por los hechos, los de Gobierno y los de la realidad. Y las del PSOE son más prejuicios que razones.
 
Pero, sobre todo, Mayor consiguió seguramente lo que no logró en el primer debate: animar a los suyos a votar. Hay en el entusiasmo del candidato algo que se transmite a los electores, y ese ánimo, esa seguridad en sí mismo y en su partido la supo transmitir Mayor Oreja a los votantes del PP. Tal vez logró algo parecido Borrell, pero permitió levantarse al PP, que es el que está caído, el que debe afrontar un período difícil tras la pérdida del poder y hasta que el desgaste del Gobierno del PSOE se haga evidente y empiece a rendir frutos tangibles a la oposición. El gran reto del PP es pasar este sinaí después del 14-M sin necesidad de vagar por el desierto opositor cuarenta años o simplemente cuarenta meses. En todo caso, se entiende por qué Rubalcaba no quería hacer este debate: Mayor podía estar mejor y, efectivamente, lo ha estado. En qué medida, no lo sabemos. Pero que el PP es el miércoles más fuerte que el martes parece bastante claro. A ver si se atreve Borrell a debatir el jueves en TVE. Me sorprendería.

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