Menú
Antonio Robles

Irak, la guerra sin alma

El pacifismo integrista es tan empalagoso como irresponsable. Ni la guerra ni la paz son términos absolutos. Por eso erramos, por eso hoy me acuerdo con pesar qué nos llevó a equivocarnos tanto.

Las estadísticas de muertos de esta Semana Santa volverán a los informativos, llenarán estadísticas en los diarios y la Dirección General de Tráfico evaluará avances en la reducción de muertos. Pero sólo los familiares, amigos y cercanos sentirán sus muertes como desgarros del alma. Para el resto sólo serán titulares, cosa de periodistas. Algo así nos pasa con las guerras que no sufrimos.

Se ha escrito tanto de tantas guerras... También de la de Irak. Cinco años ya de muerte y desolación. Pero es una muerte estadística, y el horror y la destrucción podrían ser intercambiables con las catástrofes naturales que la prensa nos acerca para impactarnos desde las portadas.

El 19 de marzo de hace ahora cinco años comenzó una tragedia para millones de seres humanos anónimos a la que seguimos empecinados en llamar guerra. Las razones que nos llevaron a ella importan ya poco a todos los que la han sufrido y la siguen padeciendo.

La guerra, la violencia, como casi todas las cosas, no son malas en sí desde un punto de vista metafísico. "La guerra es la madre de todas las cosas", decía Heráclito ya en el siglo V antes de Cristo. Ni siquiera son malas cuando son inevitables para preservar un bien mayor, como por ejemplo cuando en legítima defensa defiendes la vida que el violador te quiere arrebatar; o cuando el nazismo quiso reducir el mundo a su totalitarismo. ¿Pero quién decide cuándo es inevitable? El pacifismo integrista es tan empalagoso como irresponsable. Ni la guerra ni la paz son términos absolutos. Por eso erramos, por eso hoy me acuerdo con pesar qué nos llevó a equivocarnos tanto.

Desalojar del poder a un sátrapa como Sadam Hussein, genocida de kurdos, violador de todos los derechos humanos y dictador con hijos sucesores tan despiadados como él era una opción deseable. Incluso extensible a todos los dictadores de la tierra. Nos hablaron de armas de destrucción masiva, de protector del terrorismo integrista islámico Al-Qaeda; y en las conversaciones íntimas nos confesaban la necesidad de impedir que el sátrapa de hiciese con el control de los precios del petróleo si no queríamos ver la economía occidental por los suelos y en sus manos.

Ni siquiera esto último se ha ajustado al guión. Hoy el precio del barril de petróleo está a más de 100 dólares, la democracia es una quimera en Irak, la violencia y la inestabilidad es mayor que nunca y todas las posiciones políticas a favor y en contra de esta guerra siguen tratando de obtener provecho de sus restos.

Zapatero le sacó réditos en las elecciones generales de 2003 después del atentado del 11-M, y la exprimió hasta la náusea en las pasadas del 9 de marzo; por el otro bando Aznar trata de no enmendarla con unas declaraciones a la BBC que son el fiel reflejo de lo que trato de exponer en estas breves líneas: ve la realidad de esa guerra como un escenario militar de mapas y estrategias internacionales, incapaz de percibir a las personas y sentir su sufrimiento. Asegura que volvería a apoyar la invasión de Irak; porque al fin y al cabo, insiste, la situación allí "no es idílica, pero sí muy buena". Mezquinas palabras.

Hoy sabemos que han muerto 4.000 soldados americanos, pero no tenemos ni idea cuántos hijos, padres, madres, abuelas, amigos, personas han muerto en Irak; cuántos sufren cada día la violencia, el hambre, la desolación y la soledad de la ausencia de los suyos. Y todo, ¿para qué?

Los responsables de los conflictos deberían estar obligados a mandar al frente de batalla a algunos de sus seres más queridos. No los evitaría, pero al menos sus tragedias las viviríamos como propias. Señor Aznar, si sus principios no le permiten aceptar error alguno en el inicio de esa guerra, al menos tenga piedad por sus víctimas... ¡y cállese!


 

Temas

En Internacional

    0
    comentarios