Ahora que han pasado unos días, y que los sentimientos ya no están tan a flor de piel, parece el momento de ofrecer una semblanza del cofundador de Apple un poco más matizada. Steve Jobs fue un genio, sí, pero eso no significa que no tuviera defectos, algunos de ellos importantes, y también es bueno recordarlos. Al fin y al cabo, él mismo no se cortaba lo más mínimo a la hora de poner a caldo lo que consideraba criticable, y no deja de ser justo aplicarle lo que predicaba.
No me estoy refiriendo a lo personal, que importa más bien poco, ni tampoco a lo político. Aunque sus donaciones lo definen como demócrata, no era un progre estándar, y apoyaba medidas tan poco izquierdistas como el cheque escolar. La importancia de Jobs es empresarial, tecnológica y, hasta cierto punto, cultural, y es ahí donde deberían centrarse tanto las críticas como los halagos.
El cofundador de Apple fue uno de los principales responsables de que al menos una parte de los empresarios, quienes tienen la suerte de ser calificados como "innovadores" o "emprendedores", fuera bien vista incluso en España. No hay más que ver los elogios unánimes que ha recibido su figura, especialmente en medios y por personas bastante poco amigas del capitalismo y la empresa. Lo cual no quita para que Amancio Ortega, por poner un ejemplo que nos cae cerca, haya sido tan innovador en su sector como Jobs en el suyo.
Nunca fue un ingeniero competente sino un gran vendedor; primero colocó en el mercado los productos del genio Steve Wozniak y luego el de otros ingenieros de Apple a los que, eso sí, guió para que trabajaran según su visión de cómo debían ser las cosas. Era como un gran director de cine que jamás hubiera sabido manejar la cámara. Curiosamente, en la cosa técnica Bill Gates le dio siempre mil vueltas. El objetivo de Jobs era lograr productos sencillos, útiles y que tuvieran un diseño que hiciera atractivos objetos como ordenadores, móviles o reproductores, que así, en principio, no entraban por los ojos. Y si hoy celebramos su figura es porque lo logró.
El problema es que consiguió alcanzar el éxito restringiendo las opciones de sus clientes. Cuando compras un producto de Apple, compras un producto que funciona del modo que Jobs decidía que debía hacerlo, sin poder configurarlo a tu modo, instalar aplicaciones no aprobadas según los criterios, bastante arbitrarios, impuestos desde Apple, etc. No por mala leche, sino por conseguir que funcionaran sin fallos. Las elecciones que hacía Jobs por ti generalmente eran muy buenas, pero no sé lo que hubieran dicho del pobre Gates si a Microsoft se le ocurre intentar algo así. Sólo los ordenadores de la manzana permiten algo de flexibilidad pero únicamente en cuanto a las aplicaciones: mientras Windows permite ser utilizado en casi cualquier cacharro, el Mac OS X sólo funciona en los fabricados por Apple.
Esperemos que la herencia que nos deje Jobs sea sólo la facilidad de uso y el atractivo con que sabía dotar sus creaciones, y que otros genios sepan combinarlas con la apertura, la flexibilidad y la adaptación a los gustos y necesidades de todo tipo de usuarios. En caso contrario, igual dentro de unos años estaremos refunfuñando ante una figura que algunos comparan ahora, con muy poca perspectiva, con alguien como Edison. Venga ya.