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Cristina Losada

Los grandes partidos y la extinción de los dinosaurios

Para los grandes partidos, la crisis económica es el equivalente del meteorito que se supone que acabó con los dinosaurios.

Para los grandes partidos, la crisis económica es el equivalente del meteorito que se supone que acabó con los dinosaurios.

Es tentador proclamar que los dos grandes partidos españoles están abocados a un destino como el que tuvieron los pobres dinosaurios. Las catas demoscópicas inducen a pronosticar que en fechas no lejanas esos enormes diplodocus que son el PP y el PSOE verán muy reducida su posibilidad de alimentarse. Hasta ahora habían mantenido a raya a los depredadores de menor tamaño. Pero algunos de los pequeños pueden crecer de tal manera que es posible que asistamos al fin de la hegemonía de los grandes saurios. Perder la hegemonía no es lo mismo que extinguirse, pero supone la extinción del modelo bipartidista más menos imperfecto que se estableció en España a imagen y semejanza del que existía en democracias bien consolidadas.

En apoyo a esa tesis concurren indicios de que se trata de un fenómeno extendido: no es sólo nuestro. Siempre se pone el ejemplo de Grecia, donde Pasok y Nueva Democracia monopolizaron la escena durante treinta años hasta que, bajo el impacto de la crisis, se redujo fatalmente su caudal de votos. Pero hay otros casos. En Francia, la extrema izquierda y la extrema derecha muerden las pantorrillas de los dos gigantes. En Gran Bretaña, los tories han de gobernar en coalición y afrontan las dentelladas de la eurofobia, la interna y la del UKIP. En Italia, la excepcionalidad está representada por el tirón de un partido como el de Pepito Grillo. El modelo político que caracterizó a muchas democracias europeas desde la posguerra se está resquebrajando.

Para los grandes partidos, la crisis económica es el equivalente del meteorito que se supone que acabó con los dinosaurios. Su esperanza de mantener la hegemonía reside en que los peores efectos de la recesión se disipen antes de que caigan mortalmente heridos. Creen que si la situación mejora, las aguas y los votos volverán a sus antiguos y probados cauces, impulsados por la costumbre. El problema ahí es el tiempo: cuánto tardará la recuperación. Si llega. Pero hay otros elementos que conspiran contra el statu quo.

El PP y el PSOE mantienen rasgos de los viejos partidos de masas, pero son, como la mayoría de sus homólogos, agencias electorales, partidos atrapalatodo o catch-all. En una situación extrema como esta crisis, esos partidos, con sus fluctuaciones y ambigüedades, y sus responsabilidades en el Gobierno, pierden predicamento. Lo pierden en beneficio de partidos más puros, pues no han gobernado o apenas lo han hecho, y más definidos. Son como el pequeño comercio respecto de las grandes superficies: partidos más especializados, con pocos mensajes, pero contundentes, y capaces de movilizar a sus adeptos. La creciente relevancia de internet en la comunicación política favorece la fragmentación. Facilita la formación de comunidades en torno a creencias compartidas.

La presión fragmentadora llega al propio seno de los grandes partidos, donde siempre hay un grado de heterogeneidad. Las luchas entre distintas facciones por el poder se agudizan cuando se contempla el abismo de un descalabro electoral sin precedentes. Los desafíos de Chacón a Rubalcaba o el pronunciamiento de Aznar son, entre nosotros, algunas de las manifestaciones visibles del terremoto que conmueve los cimientos de los grandes partidos.

Dicho esto, hay que decir que la crisis de los grandes partidos es como la crisis del teatro: se habla de ella desde tiempo inmemorial y el cataclismo no acaba de producirse. Pero nunca se dieron condiciones más propicias que las de hoy en día. Lo paradójico es que si los diplodocus pierden su hegemonía, el resultado no será una mayor definición ni una mayor pureza. En Grecia y en Italia ha conducido a Gobiernos integrados o sostenidos por varios partidos, lo que significa renuncias y compromisos. Los pequeños saurios, si finalmente crecen lo suficiente, pueden rehusar mojarse en el Gobierno, como los grillistas. O pueden pringarse y entrar en el pacto, el regateo y la cesión. Que suele ser justo aquello para lo que no les votaron. Y vuelta a empezar.

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