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Pablo Planas

Rajoy, en el Borne

Ya que Rajoy tiene previsto ir a Barcelona, que vaya el mausoleo nacionalista del Borne. A ver en qué se va el dinero del Fondo de Liquidez Autonómica.

En Cataluña nada es lo que parece y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. El primer apriorismo que topa con la práctica es el supuesto carácter pactista del catalanismo, la afición por lo concreto, la perspectiva materialista. Según esa extendida creencia, el político catalán aterriza en parlamentos, senados y comisiones con un bagaje congénito relativo a la componenda, el regateo, la aproximación y el justiprecio. Lo que es un político. En cambio, los del resto de España, según el mismo apriorismo, son toscos, rudos, primarios y asilvestrados, incapaces de entender más aritmética que la parlamentaria. Sólo la necesidad les fuerza a negociar. Y así llevamos décadas, desde el principio de la democracia, entre catalanes florentinos y españoles cavernícolas, como si los primeros no fueran lo segundo ni en el fondo ni en las formas. Así que hasta los camareros del Congreso, entre Duran y Martínez Pujalte, por decir un nombre, sirven antes al presidente de la comisión de Exteriores, que es catalán.

Sería demasiado prolijo detallar las causas profundas de estas percepciones, pero al igual que a Miquel Roca se le tuvo por el paradigma de la finezza, Mariano Rajoy sería un ejemplo esférico de político obtuso, cerril, rumiante y escasamente dotado para los acuerdos, un digno sucesor de Aznar, de Franco y de Felipe V, por este orden o al revés. Y eso sólo por el hecho de ser uno catalán y el otro no. El retrato de Rajoy en Cataluña no se asemeja, en absoluto, a la apariencia madrileña del personaje. En Madrid, la valoración general del presidente del Gobierno oscila entre lo tibio y lo blando, en relación a Cataluña. En Barcelona, a la contra, la insinuación de un plan gubernamental respecto al separatismo es encajada como una injerencia intolerable por parte de un individuo incapaz de empatizar con el torrencial "derecho a decidir" de los buenos y sufridos catalanes nacionalistas.

Sería una osadía suponer que Rajoy no está al corriente de los acontecimientos en la región. Se entiende que recibe información puntual y rigurosa del cumplimiento de la hoja de ruta masiana, que por otra parte es pública, notoria y dispone de fecha y preguntas. Tal vez no comprenda Rajoy la obcecación de Mas, su empecinamiento en plantear lo imposible y plantear lo improbable y su desprecio por las leyes y la inteligencia de quienes no están en sus secretos, pero ahí está y no desaparece al cerrar los ojos. Y es que hay cosas que casi no se pueden explicar, por lo que es mejor aproximarse al fenómeno in situ.

Ya que Rajoy tiene previsto un viaje inminente a Barcelona, podría aprovechar para visitar el mausoleo nacionalista del Borne. Constataría de primera mano en qué se va el dinero del Fondo de Liquidez Autonómica después de las nóminas. Tal vez coincidiera, además, con una visita escolar, puesto que la peregrinación infantil al Borne es de obligado cumplimiento, un rito de paso, la catequesis. Ahí, en el Borne, dicen Mas y Junqueras que están las pruebas de trescientos años de matanzas españolas en Cataluña, de tres siglos de saqueos y violaciones, los jirones de las banderas del Estado catalán. Delirante, sí. No son trescientos años, sólo son treinta. Tres décadas de manipulaciones y guerra cultural contra España que han acabado por convencer hasta a las piedras de las mayores barbaridades, desde lo del Estado catalán a que Cervantes era de Hostafranch. Todo sufragado con los fondos de los injuriados. Lo que se dice de poner la cama.

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