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Pablo Planas

El pucherazo catalán está en el fuego

El tiempo corre, los días pasan y todo está al albur del azar, del efecto mariposa, de las circunstancias y los humores.

El tiempo corre, los días pasan y todo está al albur del azar, del efecto mariposa, de las circunstancias y los humores.

Mas va diciendo por ahí que lo tiene todo controlado. Ya anda como John Wayne en The Quiet Man y presume de pastorear al rebaño con la maestría de un payés del Ampurdán. Nadie se toma ya en serio a nadie en Cataluña. Cualquier parecido de la Generalidad con una Administración pública es pura coincidencia. No hay Gobierno, no hay presupuestos, no hay proyectos. Todo está supeditado a una farsa, a la incompetencia, soberbia y estupidez de unos dirigentes políticos que no sólo pierden los papeles en público, sino hasta los nervios y el control de sus secreciones.

La desobediencia no es ninguna novedad táctica, sino la respuesta habitual de la consejera de Enseñanza, Irene Rigau, a los requerimientos judiciales sobre el español en los colegios. Lo que sí es última hora es la constatación pornográfica del poder de la calle, la ictericia callejera, el amarillo chillón, el desahogo y la desfachatez con la que se asume que la agenda social, política y económica de millones de personas la deciden, la marcan y la dictan en público dos señoras a las que no ha elegido absolutamente nadie, que no se han presentado a ningunas elecciones y cuya legitimidad sólo podría basarse en su condición de animadoras principales del equipo amarillo. Pero ni eso.

Con todo a su favor, incluidos los medios del Estado que pretende romper, lo que sí está al alcance de Mas es llenar las calles de Cataluña de gente dispuesta a participar en coloridas performances cuyas consecuencias prácticas, de momento, son las mismas que para el presidente de la Generalidad tiene haberlo destrozado todo: cero o ninguna. El 9-N ya es un éxito, ya ha sido un triunfo, ya ha puesto patas arriba la vida de miles de personas y ya es una "pantalla superada", expresión en boga para refererirse al proceso politico catalán que refleja descarnadamente que para ellos sólo es un juego.

Claro que hay juegos y juegos y el Monopoly no es lo mismo que la ruleta rusa. En el caso catalán, la ruleta rusa es la calle, una mayoría que aprueba las mociones por decibelios y que hasta el presente había manejado Mas por control remoto. La buena noticia es que este domingo sólo había cien mil personas en la Plaza de Cataluña y que las delegadas Forcadell y Casals mostraron acatamiento al 9-N bis a cambio de unas elecciones anticipadas. Después de las últimas millonadas de la ANC, cien mil (110.000 exactamente, al parecer) es una grey en decadencia, una crisis demográfica, un acto fallido.

La mala noticia es que el tiempo corre, los días pasan y todo está al albur del azar, del efecto mariposa, de las circunstancias y los humores. Cuando nadie gobierna, gobierna la calle, afecta a la sentimentalidad resbaladiza, a las bromas del destino, a la desidia general. La consecuencia es que el primer pucherazo del siglo XXI en España ya está el fuego.

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