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Itxu Díaz

Quince años oliendo flores

Libertad Digital sigue siendo hoy, en síntesis, la piedra en el zapato de los que mandan, la conciencia de la derecha renegada.

Estaba todo lleno de humo porque entonces aún no era necesario fumar en los baños de las redacciones. Supongo que todavía no habían llegado al poder los demócratas. Era un placer fumar y leer la prensa en la pantalla a primera hora. Y beberse un café, oír las noticias en la radio, y empaparse a la vez de los análisis de opinión. Y escribir. Y volver a leer. Y actualizar la web de Libertad Digital constantemente; a ver qué hay de nuevo, viejo. Y así. Porque no había más. En este rincón de internet estaba naciendo todo, con esa ingenuidad infantil tan libre de ataduras, porque en España nadie sabía cómo hacerlo. Todavía guardábamos cientos de periódicos junto a la televisión para avivar las llamas de la chimenea. Y estaba ahí, claro, el asunto de la libertad. Y ese placer tan inhóspito de ver a un tipo de derechas lanzándole columnas a la chepa a un gobierno de derechas. Con normalidad. Como si esto fuera los Estados Unidos.

Desde el punto de vista periodístico, era algo experimental, un germen, como un huevo. Aunque más propio sería decir que eran dos los huevos presentes. Y no sólo porque andaba por allí Julio Ariza. Que, sin ser navarro sino turolense, Federico Jiménez Losantos ya se había convertido en referente de valentía e independencia en La Linterna, tras la muerte de Antonio Herrero. Con arrojo, un abrumador bagaje cultural, y hablando el mismo lenguaje directo y sencillo que había hecho de Antonio Herrero el comunicador líder del momento. Aún no sabíamos lo lejos que iba a llegar su mensaje, ni lo frío que sería años después el pronosticado invierno mediático, ni lo cálida que podía llegar a ser la trinchera de Libertad Digital en tiempos de zozobra, que son casi todos en la historia de España.

De pronto el mundo cambió, era 11 de septiembre, y Libertad Digital pudo contarlo mucho mejor que la mayoría de los medios convencionales españoles. En casa saltábamos de la Fox a CNN pasando por Sky News, pero no quitábamos ojo a la pantalla del ordenador –lo más parecido al iPad estaba entonces en el frutero y aún sin mordisco–, dónde la cobertura era más veloz y el análisis más inmediato. Eran pioneros en casi todo pero, gracias al cielo, no eran un maldito producto tecnológico: eran un periódico de opinión; esa apuesta por el pensamiento libre que se paga siempre tan cara. Y era la derecha liberal, un rugido editorial en todo el país, porque por entonces Arriola todavía no había decidido que los votantes de derechas no existen. Aquella España era tan diferente que hasta Rajoy fumaba puros.

Luego todo fue creciendo y expandiéndose, y enredándose, y mejorándose, y complicándose, que es lo natural. Pero Libertad Digital nunca ha dejado de ser ese gran universo de Federico, un gran contenedor de talentos jóvenes y veteranos analistas, y una fábrica de lectores críticos, que no renuncian a formarse su propia idea de lo que está pasando en el mundo, aunque esa idea no encaje en los parámetros políticos del momento.

No fue tanto un empeño personal como una demanda. Al fin y al cabo, cuando a la salida del funeral de Antonio Herrero les gritaban "¡Tenéis que seguir!" aquellos que habían hecho grande Antena 3 Radio comprendieron que la audiencia no pedía solamente una radio o un periódico, sino una radio o un periódico de donde no pudieran echarles, por muy molestos que fueran. Y Federico supo encontrar la manera de mantener ambas cosas, y molestar el doble al poder, en digital y en analógico.

Quizá por todo eso Libertad Digital sigue siendo hoy, en síntesis, la piedra en el zapato de los que mandan, la conciencia de la derecha renegada, y un oasis de sano escepticismo frente a esa actualidad periodística inapelable. Como aquel cínico que dibujó Mencken que, cuando olía a flores, miraba siempre a su alrededor en busca de un ataúd.


Itxu Díaz, director de Neupic.

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