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Carmelo Jordá

En la muerte de UPyD

Es una lástima, porque era un partido que le hacía bien a la democracia española.

Es una lástima, porque era un partido que le hacía bien a la democracia española.

Me van a perdonar ustedes que empiece la columna dándome un poco de coba, pero es que hace nada más y nada menos que tres años y medio escribí una columna sobre la posible alianza electoral de UPyD y Ciudadanos en la que advertía a Rosa Díez de que podía estar cometiendo su "gran error". Así lo explicaba:

Rosa Díez y su partido pueden estar cometiendo uno de los grandes errores de su todavía corta vida si desprecian sin más el ofrecimiento que les plantea el líder de C’s. Y en un partido pequeño como UPyD los errores se pagan muy caros: pueden marcar la diferencia entre el ser o no ser.

En aquel momento se discutía sólo una alianza electoral para Cataluña dentro de las elecciones generales y la respuesta fue un no rotundo. Durante todos estos años hemos seguido con esta posibilidad sobre la mesa y Rosa Díez y los suyos siempre se han mostrado igualmente esquivos, mientras que Albert Rivera ha aparecido permanentemente dispuesto al pacto.

El resultado de este y otros errores políticos es, según uno de los propios eurodiputados de UPyD, que el partido está muerto, aunque su principal dirigente no lo sabe o no quiere saberlo.

Y, hay que decirlo antes que cualquier otra consideración, es una lástima: UPyD era un partido que le hacía bien a la democracia española, presentaba un currículum inmaculado en cuanto a la corrupción e intelectualmente y moralmente era superior a cualquier otra opción de la izquierda de nuestro país, necesitada por igual de ideas y decencia.

Sin embargo, ser mejor que otro no basta, incluso ser necesario es a veces insuficiente si no eres capaz de transmitirlo al público, si no te das cuenta de que la política en España ha cambiado –tú, precisamente, que venías reclamando ese cambio–. Y los modos democráticos de los que presumes no pueden servir de excusa para las purgas internas. Y es necesaria otra forma de comunicarse con los ciudadanos. Y es preciso no sólo proclamar la propia pureza o anunciar el Apocalipsis, sino transmitir ilusión y posibilidades reales de mejora.

Estamos en escenario nuevo y distinto, en el que hace falta, incluso en el improbable caso de que tengas razón cuando todos te dicen lo contrario, saber pararte y evaluar si tu estrategia es la adecuada; en el que no puedes tratar a todos los medios de comunicación como tus enemigos, ni siquiera a los que se comportan como tal; en el que tu paso por las redes sociales no tiene que ser un arrogante ejercicio de autosatisfacción cuasi onanista.

Esa arrogancia, al cabo, ha sido el gran problema que ha causado muchos de estos errores, una arrogancia, fíjense ustedes qué paradoja, tan propia de la vieja política.

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