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Miguel del Pino

El Zoo de Barcelona: inminente peligro

Malos tiempos para este zoo que muchos consideramos merecedor del máximo respeto, no sólo por su historia y sus logros, sino por su carácter pionero

Nacido en el año 1892, el Zoo de Barcelona llegó a ser considerado en los años sesenta del pasado siglo como el mejor de Europa, bien es verdad que en reñida competencia con el de Lisboa. Barcelona estaba entonces orgullosa de su zoológico, quería a sus animales y respetaba a sus científicos.

Corren malos tiempos para este recinto que muchos amantes de los animales consideramos merecedor del máximo respeto, no sólo por su historia y sus logros científicos, sino también por su carácter de pionero en tantos aspectos de lo que hoy constituyen las bases que guían la organización de los grandes zoológicos del mundo.

En primer lugar diremos a los animalistas radicales poco informados que el Zoo de Barcelona fue uno de los primeros del mundo en acabar con el viejo concepto de "casa de fieras" para pasar a dotar a sus animales de modélicas instalaciones confortables y espaciosas. Los felinos dejaron las jaulas para alojarse en espaciosos territorios sin separación por barrotes y los grandes herbívoros disfrutaron de praderas de dimensiones hasta entonces inusitadas.

Grandes científicos

Pero ante la polémica abierta en torno al futuro del recinto, en la que intervienen fuerzas animalistas que proponen que los restaurantes del Zoo sean exclusivamente veganos y que se descatalogue a todas aquellas especies que "sobran" según su indocumentada opinión, hay que reivindicar en primer lugar a los grandes científicos catalanes que dedicaron su trabajo y su entusiasmo a la mayor gloria del zoológico del Parque de la Ciudadela.

Conocí personalmente a D. Antoni Jonch i Cuspinera, director del zoológico desde 1955 hasta 1985, es decir, en la práctica toda una vida. Era un naturalista de verdad, de los clásicos, entusiasta del excursionismo por las sierras catalanas e impulsor de las grandes reformas que convirtieron la institución en una de las mejores del mundo.

Como no podía ser menos, dada su condición de profesor de Farmacia y de Biología, la educación ambiental fue una de las líneas maestras de su trabajo. Innumerables niños de Barcelona aprendieron a querer a los animales en sus visitas al Zoo, acompañados por entusiastas maestros que diseñaban ingeniosas actividades. En aquella época yo trabajaba en Televisión en el espacio infantil Zoo Loco y fui testigo presencial de lo que ahora afirmo.

Tampoco podemos olvidar al ilustre primatólogo Jordi Sabater Pi. Tuve también el placer de conocerle y de entrevistarle en numerosas ocasiones: era un naturalista integral y un verdadero humanista, y en cuanto a sus dibujos de animales tomados del natural creo que podemos hablar de verdaderas obras de arte.

La adaptación y aclimatación del bebé gorila albino al que la presión de los furtivos dejó huérfano y abandonado en el corazón del bosque de la Guinea, entonces española, y al que salvó y "adoptó" el profesor Savater -hablamos por supuesto de Copito de nieve- constituyó un acontecimiento científico que dio la vuelta al mundo hablando bien a las claras de la solvencia del zoo. Ningún barcelonés podrá olvidar la displicente mirada del gran rey de los gorilas.

Que no se enteren los animalistas, ¡lo que faltaba!, el Zoo tuvo también su toro bravo, para admiración de los turistas: éste sí vino de las dehesas del Puerto de Santamaría con fines tan solo de exhibición. El toro bravo del Zoo de Barcelona se llamaba Coquinero y era un precioso ensabanado regalado por el ganadero Don José Luis Osborne.

Para demostrar que es capaz de cumplir las más exigentes normas en materia de funciones que deben cumplir los zoológicos, el Zoo de Barcelona muestra una impecable hoja de servicios en recuperación y reproducción de especies en peligro: gacelas norteafricanas, bisontes europeos, anátidas escasas y primates diversos han encontrado aquí un arca de salvación con Antoni Jonch convertido en un Noé catalán cuyo recuerdo debería ser honrado por todo barcelonés interesado por la naturaleza

A principio de los años setenta, Madrid tomó la iniciativa de transformar su vieja Casa de Fieras del Parque del Retiro en un moderno Zoológico instalado en el entorno de la Casa de Campo. La tarea no era sencilla y se recabó la ayuda del Zoo de Barcelona. Don Antonio LLeó, alma y promotor del nuevo Zoo de la Casa de Campo, y el profesor Jonch, que había convertido el de Barcelona en instalación modélica, dieron una verdadera lección de amistad y colaboración entre personas y ciudades.

Los arquitectos que habían remodelado el Zoo barcelonés aportaron sus ideas y su trabajo: recordemos la preciosa instalación para tigres debida al gran Subirats; los cuidadores eran instruidos por personal experto y zoólogos de Barcelona que nos visitaban con frecuencia.

Yo mismo, entonces conservador del Zoo recién nacido, fui beneficiario de tan valiosas ayudas. Recuerdo en este sentido al primatólogo Fermín, que permaneció con nosotros para enseñarnos cómo cuidar y troquelar a nuestro primer gorila: una preciosa cría de año y medio que había sido rescatado del tráfico ilegal.

Me decía Fermín, que King, como pusimos por nombre a la criatura, llegaría a ser un buen amigo mío, pero que no olvidara que, cuando crecen, los gorilas se pegan con sus amigos, y que cuando, en su momento, me provocara, debía salvar la situación sin que se diera cuenta de que yo era mucho más débil que él. Perdí después el contacto con Fermín, pero desde aquí le envío un fuerte abrazo.

Son los propios zoológicos quienes, a través de sus asociaciones, ponen muy alto el control de calidad que exigen a sus instalaciones. En este sentido Barcelona deberá adecuar sus instalaciones de delfinario a los requerimientos de bienestar de los animales que ahora se exigen. La reforma es cara y si no se consiguen los fondos necesarios y Barcelona debe renunciar a sus cuatro delfines se abrirá un peligroso agujero por el que pueden ser abducidos muchos otros grupos de animales.

Lo verdaderamente preocupante es que caigan en el olvido los logros científicos de esta institución y los que podrían esperarse de ella en el futuro. Es muy respetable la opinión de las asociaciones de vecinos, pero el "tufillo" animalista que desprenden algunas declaraciones nos recuerda los pasados años ochenta cuando los zoológicos tuvieron que soportar presiones falsamente ecologistas que hoy parecían superadas.

Si se pretende sustituir, como lección de educación ambiental lo que supone el contacto de los niños con el mundo animal por realidad virtual a través de proyecciones o documentales, mal camino hemos elegido. No es cuidando tamagochis u otros monicacos mecánicos como se aprende a conocer y querer a los animales. Hay que sentir su presencia, mirarlos y ser mirados por ellos. Seguro que llegamos a entendernos.

Si me permiten inventarme un término jurídico, la desaparición del Zoo de Barcelona, el centenario recinto del precioso Parque de la Ciudadela, con su inigualable microclima marítimo y su belleza de reminiscencias modernistas, sería un "crimen de lesa fauna".

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