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Pedro Fernández Barbadillo

Regreso triunfal de Piñera

Un factor nada desdeñable en la victoria del candidato de centro-derecha ha sido el miedo al Podemos chileno.

Un factor nada desdeñable en la victoria del candidato de centro-derecha ha sido el miedo al Podemos chileno.
Sebastián Piñera | EFE

Creía que en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas Sebastián Piñera iba a derrotar al candidato de la izquierda, el presentador de televisión Alejandro Guillier, pero no que fuera a obtener una victoria tan rotunda.

Piñera necesitaba añadir a su porcentaje de la primera vuelta (36,64%) todo el voto que optó por el candidato de una derecha sin complejos centristas, José Antonio Kast (7,9%), y, además, votantes de la candidata democristiana (5,88%), de la candidata de extrema izquierda (20,27%) y de la abstención (53,33%). Y lo ha conseguido, aunque bien es cierto que mediante la modificación de parte de su programa, como la aceptación de la gratuidad de la enseñanza.

Con una participación que ha crecido en 400.000 votantes, el candidato liberal-conservador ha obtenido 3.795.896 votos (54,57%), frente a 3.160.225 (45,43%) de su competidor; casi diez puntos, cuando en 2009 superó a Eduardo Frei por menos de tres. De los tres expresidentes que se han presentado a la reelección, Piñera es el único que ha recibido más votos en su segunda votación, ya que en 2009 ascendió a la presidencia con poco más de 3,5 millones; Bachelet, en cambio, perdió 250.000 sufragios entre 2005 y 2013. Además, Piñera es el presidente con mayor respaldo popular desde que Frei rebasara los cuatro millones en 1993.

Desde luego, Piñera se ha beneficiado de la incompetencia de Bachelet y del parón económico y el malestar social. Muchos chilenos confían en que el millonario pueda reanimar la economía, tal como hizo entre 2009 y 2013.

Otro factor no desdeñable en su victoria es el miedo al Podemos chileno. Guillier, masón y representante de la telepolítica, no sólo recibió el apoyo descarado del Gobierno de Bachelet, sino que además aceptó puntos del programa de Beatriz Sánchez, la candidata del Frente Amplio. Y en Chile, como en toda Sudamérica, hay mucha información sobre Podemos; entre otros motivos, por la abundancia de sudamericanos en las filas del caudillo Pablo Iglesias.

El talante de esa izquierda, tan similar al de sus camaradas españoles, ha aflorado en esta segunda vuelta: acusaciones de corrupción a Piñera, menosprecio a los abstencionistas, denuncias de fraude (desmentidas por el Servicio Electoral) e insultos a Kast cuando estaba de interventor en una mesa proferidos por una banda de la porra comunista.

La democracia cristiana se queda sin votantes

Debido a la captación de voto democristiano por Piñera, cabe esperar la desmembración del oscilante Partido Demócrata Cristiano (en 1970 los parlamentarios votaron en bloque a Salvador Allende para presidente y tres años después la mayoría del partido pidió al Ejército el derrocamiento del socialista y apoyó el golpe militar). Aunque la dirigencia pidió el voto para Guillier, el electorado prefirió a Piñera. Seguramente, el nuevo Gobierno no tendrá dificultades en alcanzar la mayoría absoluta (la coalición que respalda a Piñera tiene 72 diputados en una Cámara de 155) con algunos de los 14 diputados del PDC.

Otros datos que dejan estas elecciones. La gran diferencia entre los chilenos que viven en su país y los expatriados. Por primera vez, los residentes en el extranjero podían participar en la elección presidencial. Votaron poco más de 20.000, pero en una proporción abrumadoramente inversa: 60,66% a favor del candidato de la izquierda y menos del 40% a favor de Piñera. En España (1.500 votantes), la victoria de Guillier fue por un margen aún mayor: 64,30%. ¿De verdad los chilenos que viven en Europa, muchos desde los tiempos de la dictadura militar, están en la misma onda que sus compatriotas?

Bachelet ha sido tan destructora para la izquierda como Barack Obama en EEUU. Después de cada uno de sus dos mandatos, ha vencido un candidato de centro-derecha. La derecha ha ganado dos elecciones presidenciales en una década, lo que no ocurría desde mediados del siglo XIX.

El electorado del Frente Amplio es muy volátil. Sánchez, como Jean-Marie Le Pen en Francia, ha servido para el desahogo y la pataleta en la primera vuelta. En cuanto hay cosas de adultos en juego, sus votantes se disgregan. Las invocaciones a la pervivencia de Pinochet no han encontrado otra audiencia que los chilenos hiperpolitizados.

En definitiva, en Chile se ha roto el sistema de partidos imperante desde 1989. Primero se desgastó la hegemonía de la Concertación, cuando Piñera ganó por primera vez en 2009, y ahora el bipartidismo se ha desmoronado. El sector más perjudicado ha sido, como en España, la izquierda aparentemente moderada. Pero, como ya explicamos hace un mes, a diferencia de España, esa ruptura la ha causado la propia izquierda al aceptar la Concertación el programa de los podemitas locales.

Abstención superior al 50%

El dato más llamativo es el desapego de los chilenos a su sistema político. Desde las primeras elecciones presidenciales, celebradas en 1989, al año siguiente de que el general Pinochet perdiera el plebiscito para mantenerse ocho más en el poder, la participación no ha hecho más que disminuir, después de marcar en 1993 el pico con 7,4 millones. A pesar del crecimiento del censo y de la eliminación en 2012 del voto obligatorio y de la inscripción voluntaria, en las dos últimas elecciones presidenciales y legislativas la abstención ha superado el 50%.

Ninguna de las fórmulas que proponen los partidos, el desarrollo económico por parte del centro-derecha y la ampliación de derechos y el proceso constituyente por parte de la izquierda, son capaces de animar a los ciudadanos chilenos.

¿Qué hará ahora Piñera? ¿Centrarse exclusivamente en la economía, como hizo en su mandato anterior, o adherirse a la revolución de derechas que se extiende desde Austria a Estados Unidos? Porque el grupo que respaldó a Kast (523.000 papeletas) ya anunció hace un mes que va a formar un partido de derechas, libre de complejos, con el objetivo de presentarse a las elecciones municipales de 2020.

No deja de ser una memez para los políticos de no izquierda escoger la identificación con el progresismo cuando los pueblos lo rechazan.

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