Alfie Evans ha muerto. Si la madre hubiese querido abortarlo durante las primeras semanas de embarazo, no habría habido médico ni juez en Gran Bretaña que se lo hubiese podido impedir. Sin embargo, como los padres querían que el niño viviese, médicos y jueces hicieron caso omiso a sus deseos e incluso les impidieron viajar a Italia, donde un hospital del Vaticano se había ofrecido a cuidar a Alfie, al que Roma había otorgado la ciudadanía italiana.
Hace tiempo, en Europa, las mujeres que pretendían abortar en algunos países tenían que viajar a otros porque en sus lugares de origen las leyes penalizaban matar al feto en cualquier momento de la gestación. Sin embargo, actualmente se da la paradójica situación de que hay padres europeos que tienen que viajar a otros países para conseguir que sus hijos sigan viviendo.
¿Qué está pasando en Europa para que se extienda esta cultura de la muerte entre médicos y jueces? En el caso de la despenalización del aborto se produce un conflicto entre dos derechos perfectos, el derecho de elección de la mujer a disponer de su cuerpo y el derecho a la vida del feto. Dado dicho conflicto, se llega a una solución de compromiso que permite conjugar ambos poniendo un plazo a la decisión de la mujer. Pero en el caso de Evans no debió haber ningún problema, porque la postura pro elección de los padres estaba en perfecta sintonía con la postura pro vida. Si la madre de Evans tenía el derecho a abortarlo, todavía más tenía derecho a que se le mantuviese con vida.
Entonces, ¿cómo explicar la obcecación de los funcionarios públicos británicos en impedir cualquier medida humanitaria que prolongase la vida del niño según las creencias de sus padres? Sólo se puede desde la fatal arrogancia, como explicó Friedrich Hayek en su obra homónima, de los que se consideran altivamente poseedores de la verdad absoluta, en este caso en el plano moral. Alfie Evans sufría una enfermedad degenerativa cerebral que había destruido gran parte de su cerebro. Era científicamente imposible que se recuperase, pero también era casi imposible que sintiese dolor. Estaba en estado vegetativo y seguiría así lo que le quedase de vida. La cuestión política es (como también subrayaba Daniel Rodríguez Herrera en este mismo periódico): ¿quién debía tomar la decisión sobre prolongar o no la vida de Alfie? La elección de sus padres es discutible pero razonable desde sus creencias religiosas, que dan gran valor a la vida en cualquier circunstancia. Desde otras posturas morales, como el utilitarismo –que no da un valor absoluto a la vida, sino que la pondera desde el punto de su calidad, y que considera el precio que tiene que pagar la sociedad por mantener con vida a alguien que no es capaz de dar un valor añadido–, lo racional sería acabar con dicha vida lo antes posible, teniendo en cuenta, además, que así se acabaría con el sufrimiento de la criatura. Este es el dilema de fondo y no sofisterías sobre un presunto "encarnizamiento terapéutico", al que además los médicos británicos no tendrían que someterse, pues sería problema de los médicos italianos que se habían ofrecido a hacer lo que aquellos no querían. Allá cada cual con su conciencia, pero teniendo en cuenta que es la de los padres la que tiene prioridad sobre la de aquellos que controlan el Estado o la de la mayoría.
Como decía, es en el plano político donde debe decidirse la cuestión de las distintas posturas morales. Y aunque no se comparta la elección de los padres, como es mi caso, en una sociedad liberal se debe respetar la pluralidad de las opciones morales que no sean manifiestamente injustas ni causen un daño irreparable a terceros. El subtítulo de La fatal arrogancia de Hayek es "Los errores del socialismo". En el caso de Alfie Evans, la decisión de los médicos y jueces británicos refleja la infame superioridad moral que se arroga la cultura de izquierdas que se ha convertido en el dogma dominante en Occidente.
Tenemos una especial responsabilidad en la defensa de los padres de Alfie Evans los ateos liberales, para que no quede reducida la cuestión a una disputa entre creyentes y no creyentes. Y, de esta forma, poner el foco de la cuestión en el aspecto relevante: que, de igual modo que en el tema del aborto, sea la decisión de los padres la que prevalezca sobre las imposiciones sectarias de los que pretenden extender el poder del Estado para controlar las vidas de los ciudadanos, en un proyecto eugenésico totalitario que nos hace recordar las horas más siniestras del cientificismo socialista. Es fundamental –contra la cultura de la muerte que solo considera la vida en cuanto por su valor social y no como valor primigenio– recordar el célebre aserto moral de Hayek: "La vida no tiene otro objetivo que la vida misma".
Descansa en paz, Alfie Evans.