Las elecciones presidenciales convocadas por Nicolás Maduro son una farsa destinada a mantener en el poder al sanguinario tirano que está devastando Venezuela. Maduro se ha deshecho, de una u otra indigna forma, de los principales líderes opositores, como Leopoldo López, bajo arresto domiciliario, Antonio Ledezma, exiliado en España, o Henrique Capriles, al que también se ha prohibido participar en los comicios. El grueso de la oposición venezolana, agrupada en torno a la Mesa de Unidad Democrática, ha denunciado la infame maniobra del fiel discípulo del golpista difunto Hugo Chávez Frías.
Desde la derrota del chavismo en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, Maduro ha alterado el régimen electoral, descabezado a la oposición y subvertido el orden institucional con una Asamblea Constituyente controlada férreamente por los liberticidas y que ha dado luz verde a todos esos abusos dictatoriales.
Estas elecciones que no lo son han sido denunciadas por la UE, Estados Unidos y la mayoría de los países iberoamericanos por carecer de las más elementales garantías democráticas. Pero al chavismo criminal y criminógeno le queda un valedor, el indigno José Luis Rodríguez Zapatero, que ha tenido la desvergüenza de criticar al Parlamento Europeo por no dar su visto bueno a la farsa del asesino al que se ominosamente se empeña en lavar la cara.
La actitud del expresidente del Gobierno es intolerable y el Ejecutivo de Mariano Rajoy debería volcarse en su descalificación, especialmente en los foros internacionales y ante la opinión venezolana. Zapatero se está comportando como un auténtico indeseable y no debe quedar el menor asomo de duda de que España no está implicada en sus sucias maniobras, ni directa ni indirectamente.