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José García Domínguez

La demagogia (barata) de las serpentinas

¿Por qué España ha operado como un genuino imán de las migraciones intercontinentales?

Ahora que el principal intelectual orgánico de la izquierda española, el señor Iván Redondo, acaba de descubrir otro pozo de petróleo propagandístico con el trascendental asunto de las serpentinas, quizá sea instante de preguntarnos cuántas serpentinas hay colocadas en la valla invisible que separa la frontera de Francia con España. Porque tal vez ocurra que el problema no son las vallas ni las serpentinas, ni la hipocresía buenista de las plañideras socialdemócratas. A fin de cuentas, sin una sola serpentina, sin una sirga tridimensional y sin una valla electrificada que operen de barreras insalvables entre las fronteras de los países de la Unión Europea, resulta que España recibió una ola espectacular de inmigrantes a finales del siglo XX, fenómeno, en cambio, que no se produjo ni en Francia ni en Bélgica. La pregunta pertinente, por tanto, sería por qué España en concreto ha operado como un genuino imán de las migraciones intercontinentales.

Pues acaso por una razón de orden económico que nada tiene que ver con el asunto de las serpentinas. Porque los flujos migratorios globales de nuestro tiempo se dirigen no a los países donde los salarios resultan ser más altos, sino a aquellos otros donde abundan los puestos de trabajo mal pagados y de escasa cualificación, justo los únicos que están al alcance de ese tipo de personas. Porque no, el problema no son las serpentinas, las vallas y las sirgas tridimensionales. El problema son los empleos que de forma tan mayoritaria crea la economía española. Empleos que no crean ni Francia ni Bélgica ni Suiza. O que no crean en la misma cantidad que nosotros. Lo que nos tendríamos que estar preguntando ahora mismo es por qué un camarero suizo gana casi el doble que otro español pese a que la productividad de ambos sea la misma (teniendo en cuenta para el cálculo la diferencia de precios entre los dos países, un camarero suizo gana en torno a 29.500 euros al año frente a los 18.300 que, en promedio, ingresa uno español). Y no vale apelar a la productividad porque, insisto, es idéntica entre ambos.

¿Por tanto? Pues, por tanto, la explicación se esconde en las serpentinas intangibles que la legislación laboral de Suiza, Francia o Bélgica han introducido para evitar las avalanchas migratorias incontroladas. Serpentinas que pueden ser de varios tipos, según el país. Francia, por ejemplo, ha elegido la serpentina de fijar por ley un salario mínimo bastante alto, muy superior al español. El efecto de esa serpentina es desincentivar a los empresarios para que se abstengan de crear empleos de escasa productividad y mísera retribución, esos mismos que tanto abundan en España. Francia combate la presión migratoria por la vía de no crear empleos destinados a inmigrantes. Suiza, por su parte, obtiene el mismo efecto, esto es poner todas las trabas posibles a la creación de trabajos destinados a atraer a inmigrantes poco cualificados, dotando a los sindicatos de esos sectores de fuerza negociadora frente a la patronal (de ahí el sueldo del camarero suizo). Eso lleva a que se eleven los salarios, lo que hace menos rentable la generación de tales empleos. Y todos nuestros vecinos, por lo demás, complementan esa estrategia común absteniéndose en la medida de lo posible de dejarse arrastrar por el oportunismo demagógico de gurús mediáticos como el tan celebrado señor Redondo. Aquí, en cambio, el asunto son las serpentinas.

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