La crispación política tiene la virtud de ocultar delito, pues convierte a todos en culpa bles salvo al que lo denuncia. Y en esa nube tóxica el actual Gobierno puede o pretende escamotear el hecho de gobernar sin haber pasado por las urnas gracias a partidos que tienen a sus dirigentes en la cárcel –y a otros fugados– por dar un golpe de Estado declarando una república independiente dentro de España. Cuenta también con el apoyo de marcas políticas que surgieron impunemente de la banda terrorista ETA y, por último, de una formación de extrema izquierda que pide el fin de la monarquía y ofrece como modelo los regímenes dictatoriales de Cuba y Venezuela donde se encarcela y defenestra a los crispadores.
Pero el presidente Sánchez ve las cosas de otra forma. La crispación de la derecha no repara, por ejemplo, en que lo verdaderamente urgente e importante es actuar contra la momia de Franco, aunque todos los organismos económicos del mundo hayan dejado claro que es otro asunto el que preocupa, y mucho, de España. La crispación eclipsa la importancia de viajar a Cuba en formato de jefe de Estado, con escalinata, primera dama y canciller mientras nos intentan merendar Gibraltar con Carmen Calvo al mando.
La crispación de "las derechas" que todo lo enfangan tampoco deja tiempo para abordar el asunto preferido del socio favorito –ya no tanto– del Gobierno: la utilidad de la monarquía y la condena de todo el proceso de Transición con el único objetivo de vengarse de la Historia, escoltado por el diario El País. Pablo Iglesias lamenta profundamente que la Transición no fuera Revolución quizá porque se libró de aquella época y no le tocó jugarse el tipo. Por eso quiere cobrarse la pieza del rey y por eso critica casi por igual a Adolfo Suárez y al Santiago Carrillo del PCE, única fuerza que arriesgó de veras en el antifranquismo con Franco. El burgués de finca no puede soportar que una dictadura diera paso a una democracia y que la sociedad apartara la guerra fratricida de sus vidas alumbrando una de las épocas de mayor libertad. Es mucho mejor que una dictadura deje paso a otra como Chávez con Maduro, como Castro con Díaz-Canel, sin necesidad, como dice Iglesias en El País, de "fecundación". Basta un pajarito y unos cuantos escarmientos.
Pero hay crispación ajena. Gabriel Rufián es como esa concursante de Operación Triunfo que se fotografía en el retrete, enseña compulsivamente un pecho sin lema o veta a Mecano por una mariconez con tal de paliar su escasa valía artística. En una sala de conciertos de hace veinte años, a la de OT sólo la admitirían si pagara entrada, o ni así. En un Congreso de los Diputados de hace otros tantos años, Rufián sólo sería un apelativo en minúscula. Hoy es socio del Gobierno y la realidad, para el que no se niegue a verla, es que la Esquerra está en la cárcel, escupe de palabra y obra y los CDR –brazo pretendidamente anónimo– señalan, persiguen y amenazan de muerte a políticos y jueces que osan hablar de golpe de Estado. Pero no, no les llamemos golpistas, que crispa y emponzoña el Diario de Sesiones, bitácora que lleva un año dando cuenta de la asonada separatista sin acritud.
En la función posterior al Consejo de Ministros de este viernes, la portavoz Isabel Celaá ha superado a Pinito del Oro al decir que "PP y Ciudadanos socavan las instituciones" con la crispación. Antes del último tirabuzón con pirueta letal llegó a sostener que lo del escupitajo de un diputado de ERC a Josep Borrell es lo de menos… además, "yo estaba de espaldas, no lo vi". Se le va cogiendo el gusto a la traición de tanto usarla.
Así las cosas, exhumar a Franco en 2018, apoyar dictaduras, gobernar sin votos a golpe de decretos y hasta recibir escupitajos de un socio de gobierno es culpa de PP y Ciudadanos y sirve a la perfección para encubrir algo tan objetivo como que el Gobierno de Pedro Sánchez se sostiene en el poder gracias a un golpe de Estado no atajado.
Cada vez que el PSOE ha esgrimido la crispación de la derecha es porque ve cerca su salida del Gobierno. Esta vez la razón es la misma pero con vergüenza añadida. Llegaremos a las elecciones, seguramente en primavera, y Sánchez seguirá negociando su continuidad sobre un capó a las puertas del Congreso. No hay mayor crispación que un golpe de Estado consentido durante más de un año. Si la oposición se pierde ahora en vigilarse y permite que florezcan Los Almendros, el golpe esta vez se convertirá en Régimen.