Desde la misma noche electoral de las autonómicas del pasado día 2, las declaraciones de los dirigentes de Ciudadanos han sido de una ambigüedad calculada sobre su estrategia para la formación de un nuevo Gobierno en Andalucía. Diríase que la única posición fijada de manera taxativa ha sido la negativa a que VOX participe en las negociaciones para la investidura de un nuevo presidente regional. Albert Rivera contribuye así a la demonización de la formación de Santiago Abascal y José Antonio Ortega Lara, que está capitaneando la izquierda antisistema y proetarra.
A VOX se le está acosando de una manera muy parecida a la que tiene por víctima a Ciudadanos en Cataluña; y los acosadores son los mismos. Sólo por eso, y por supuesto por una elemental decencia, Rivera y compañía deberían abstenerse de predicar o aplicar boicots liberticidas contra una formación de trayectoria absolutamente impecable en términos democráticos, y a la que de hecho toda España debe que los separatistas catalanes estén ante un horizonte penal mucho menos promisorio del que imaginaban, tan habituados como estaban al chantaje impune a los distintos Gobiernos centrales.
En las negociaciones con los populares andaluces para fraguar un acuerdo de investidura, Ciudadanos sigue insistiendo en su rechazo a cualquier solución que implique algún pacto con VOX. Es más, su candidato, Juan Marín, prefiere contar con el PSOE para convertirse en presidente con el apoyo tácito de la bancada socialista, opción que con toda seguridad habrá sumido en un indignado estupor a los que le entregaron su voto para que por fin Andalucía se viera libre del régimen que durante cuatro décadas los ha sometido al más escandaloso caciquismo subdesarrollista.
Cualquier implicación del partido de la corrupción a gran escala en la gobernabilidad de Andalucía supondrá un peaje que los socialistas, maestros del trapicheo y la componenda, se cobrarán con creces a lo largo de la legislatura. Lo peor es que los votantes de centroderecha verán saltar por los aires sus esfuerzos por desalojar del poder a un PSOE que, para colmo, no ha dejado de esquilmarlos, afrentarlos y demonizarlos.
El PSOE de Susana Díaz, que es el de Manuel Chávez y el de José Antonio Griñán y el de los ERE y el de la tremenda incompetencia que mantiene a la región en los últimos lugares de todos los medidores europeos de desarrollo y bienestar, es el gran problema de Andalucía. La apuesta de Ciudadanos ya no es que sea insensata, es que es suicida. Y ominosamente injusta si implica la demonización intoxicadora de un partido de nuevo cuño, como VOX, que no tiene la menor responsabilidad en los males que aquejan a la comunidad que durante tantos años ha gobernado el PSOE como si fuera un cortijo.
Al obrar así, Ciudadanos traiciona su razón de ser regeneracionista y traiciona a sus votantes. Y merecerá ser castigado en consecuencia en las cruciales citas electorales de 2019, que está a la vuelta de la esquina.