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Pepu, la de las patatas y Pericay

Hoy la clave del éxito de los mensajes, políticos o no, radica en olvidar el raciocinio argumentativo en favor de los enunciados muy sentimentalizados

Muestra paradigmática de los tiempos que nos han tocado vivir, los dos grandes vencedores de las primarias de PSOE y Ciudadanos celebradas durante el último fin de semana han resultado ser, por este orden, un saco de patatas podridas y un perito en baloncesto cuya relación de parentesco con la socialdemocracia resulta pareja a la que han mantenido la velocidad y el tocino durante los últimos veinte siglos de la era cristiana. Frente a esos dos ases emergentes de la nueva y la vieja política, el supremo derrotado en las urnas militantes, el candidato ignorado en todo momento por la dirección nacional de su partido en un claro presagio de lo que al final iba a acontecer, ha sido Xavier Pericay, el último de los intelectuales fundadores de Ciudadanos presente en aquella mítica cena en la Plaza Real de Barcelona que todavía conservaba algún mínimo protagonismo orgánico dentro de la formación que heredó después Albert Rivera. Del triunfo, si bien cautelar, de la turbia consorte de Patatas Meléndez en lo de Castilla y León lo único que cabría inferir, consideraciones estéticas al margen, es que el partido de la presunta regeneración democrática habría alcanzado, al fin, la mayoría de edad civil y penal.

Una gozosa madurez prematura que ya habilitaría a los de Rivera para enfangarse hasta el cuello, también ellos, en los albañales caciquiles de la España profunda, los eternos feudos clientelares de la opaca trastienda provincial de PP y PSOE. Por lo demás, la reina de las patatas no ofrece mayor interés que ese. Caso bien distinto, por lo sintomático, es el de Pepu y Pericay. Así, el primero se presentó ante la militancia socialista madrileña apelando a un argumentario propio de cursillo de coaching para motivar a equipos de ventas mezclado con unas gotitas de manual de autoayuda sacado de la sección de saldos de la semana en el departamento editorial de El Corte Inglés. Todo ello, huelga decirlo, aliñado con las consabidas metáforas deportivas de rigor. La perentoria urgencia de meter triples, lo en extremo prioritario de jugar en equipo y genialidades por el estilo. ¿El resultado? Una victoria arrolladora, aplastante, total, sobre los candidatos del partido que se dedicaron a perder el tiempo elaborando, primero, y difundiendo, después, extensos y detallados programas de inspiración socialista a fin de arbolar una eventual praxis de izquierda no populista desde el Ayuntamiento.

En cuanto a Pericay, anacrónica rémora de la era de Gutenberg en la nueva política de los cuerpos Danone y los influencers de Twitter, acaso su mayor error durante la campaña, el que sin duda no le han perdonado ni dirigentes ni dirigidos, fue incurrir en la temeraria imprudencia estratégica de comparecer en un vídeo promocional delante de una biblioteca privada, la suya, poblada por miles de volúmenes. Con esas credenciales de partida, lo en verdad extraño es que todavía le haya votado alguien. Pepu y la de las patatas hablan el lenguaje del futuro. Ambos acertaron al dirigirse con constantes apelaciones emocionales salteadas con pildoritas de gabinete de comunicación a un público que ya no soporta un razonamiento analítico que dure más de cinco minutos. Pepu sabe ( y a la otra se lo han enseñado) que hoy la clave del éxito de los mensajes, políticos o no, radica en olvidar el raciocinio argumentativo en favor de los enunciados muy sentimentalizados y muy básicos. Y a Pericay no se lo ocurre otra cosa que comparecer con un libro, y encima de los de verdad, bajo el brazo. Tendrá suerte si no lo terminan expulsando del partido.

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