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José García Domínguez

Colau será alcaldesa

Aquí y ahora, el peligro revolucionario lo encarnan no los comunes de Colau, sino esas clases medias autóctonas y resentidas que votan a la Esquerra.

Aquí y ahora, el peligro revolucionario lo encarnan no los comunes de Colau, sino esas clases medias autóctonas y resentidas que votan a la Esquerra.
Ada Colau | EFE

La decisión ya ha sido tomada y es prácticamente firme a estas horas, so pena de que se produjese en el último instante una revuelta interna del sector filoindependentista de los comunes, el que no cesa de promover un acercamiento a la Esquerra. Ada Colau repetirá un segundo mandato como alcaldesa de Barcelona tras haber llegado a un acuerdo de coalición con el PSC, que colocará a su candidato local, Jaume Collboni, como primer teniente de alcalde de la ciudad. A su vez, los tres concejales de la lista de Manuel Valls que no estaban sometidos orgánicamente a la disciplina interna de Ciudadanos –el mismo Valls, Celestino Corbacho y Eva Parera, una antigua dirigente de Unió que ahora promueve la fundación de un nuevo partido catalanista en el que podría acabar integrándose el propio Valls– aportarán sus votos en la investidura, que resultan imprescindibles a fin de que Colau llegue a la mayoría absoluta, situada en 21 concejales, desplazando así a la lista más votada, la de Ernest Maragall.

Por su parte, la dirección nacional de Podemos ya conocería los términos del acuerdo a tres bandas alcanzado en Barcelona, algo llamado a su vez a influir en las condiciones de un eventual pacto de legislatura con el PSOE. A falta de su confirmación pública, estaríamos hablando, sin duda, de la mejor noticia posible para Cataluña y para el conjunto de España. Algo, por cierto, que también el Madrid maximalista, ese del todo o nada, terminará acabando de entender algún día. Y es que no es lo mismo haber pronunciado algunas tonterías en público y haber puesto un lacito amarillo en un balcón de la Plaza de San Jaime que haber desplegado 17.000 efectivos uniformados y armados con pistolas y metralletas en las calles de toda Cataluña a fin de ejecutar la logística operativa de un golpe de Estado. Ni de lejos es lo mismo. No, de ninguna manera es lo mismo. Lo que de un tiempo a esta parte estamos viviendo en Cataluña es un movimiento revolucionario, el primero en España tras el final de la guerra civil de los entremeses del siglo XX.

Y las revoluciones, ya lo dejó escrito en su tiempo Tocqueville, no las provocan ni las dirigen los desposeídos que habitan en el último escalón, el más bajo, de la estratificación social. Las revoluciones nunca las hacen los pobres de verdad, siempre más ocupados en sobrevivir y llegar a fin de mes que en otras cuestiones, sino las clases medias. Desde la Revolución Francesa a la revuelta catalana, siempre ha sido así. Aquí y ahora, el peligro revolucionario lo encarnan no los comunes de Colau, sino esas clases medias autóctonas y resentidas que tanto temen perder su viejo estatus económico y simbólico por los estragos de la crisis y la irrefrenable competencia de los trabajadores foráneos, que no otra es la base electoral de la Esquerra. Lluís Rabell, el que fuera cabeza de lista de la izquierda poscomunista al Parlament, suele decir de la Esquerra que aspira a ser, y a la vez, el partido del general Cabrera y el del señor Esteve. No conozco mejor definición de esos nacional-populistas. Si Barcelona cayera en sus manos, nadie lo dude, lo primero que harían sería poner todos sus recursos, empezando por las finanzas y acabando por la Guardia Urbana, al servicio del próximo golpe de Estado. Ese que llegará mucho más pronto que tarde. Por eso, hay que hacer lo que sea para echarlos. Y se hará.

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