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José García Domínguez

El Pedin

Triunfe o fracase la opa hostil de Rivera contra el PP, se requerirá en el tablero nacional lo que hasta ayer encarnaba él mismo. Y con urgencia perentoria.

Triunfe o fracase la opa hostil de Rivera contra el PP, se requerirá en el tablero nacional lo que hasta ayer encarnaba él mismo. Y con urgencia perentoria.
LD

La política y la Naturaleza se parecen en que ambas sienten horror ante el vacío. Cuando en cualquier rincón del Cosmos un espacio resulta desalojado por su anterior ocupante, inmediatamente un nuevo inquilino se instala en él. Y en política sucede lo mismo. Si un nicho ecológico existe y alguien por la razón que sea lo abandona, otro u otros correrán para apropiárselo. Y a toda prisa. Es ley de vida. En España, el espacio para una fuerza política de obediencia nacional y adscripción ideológica ecléctica, lo suficiente como para devenir capaz de llegar a acuerdos estables con los socialdemócratas y con los liberal-conservadores, no sólo existe sino que ha sido usufructuado con notable éxito por Ciudadanos hasta hace apenas un cuarto de hora. Pero el actual líder de ese partido, es sabido, ansía migrar de su parcela con rumbo a otras latitudes. De hecho, ya se ha ido. Lo demuestran desconcertantes extravagancias como la de apoyar a los golpistas de la Esquerra para que pudieran hacerse también con el control del Ayuntamiento de Barcelona, aparente frivolidad de Rivera que ha contado con el insólito apoyo de algunos sectores del Madrid más ciego o acaso del más cínico.

Los hombres, llegada la crisis de los cuarenta, hacemos cosas raras. Y a Rivera le ha dado por embarcarse en su particular viaje a Ítaca con la esperanza, tal vez algo fantasiosa, de verse investido presidente del Gobierno mucho más pronto que tarde. Sea como fuere, el espacio que venía ocupando Ciudadanos ha quedado súbitamente huérfano. Y alguien lo reclamará. Quizá el mismo partido que hasta ahora lo regentaba, previo golpe de estado palaciego para desplazar a Rivera del liderazgo. Quizá otra fuerza distinta, que bien pudiera ser la que en estos mismos instantes va tomando forma dentro de la cabeza de Manuel Valls, un profesional de la alta política que no ha vuelto a Barcelona con intención de jubilarse como concejal de barrio. Porque no es imposible ni tampoco descabellado el empeño tan personal e intransferible de Rivera para desplazar al PP como fuerza primera y hegemónica de la derecha española. No resulta ni imposible ni descabellado, cierto, pero es muy difícil que lo logre. Mucho. Muchísimo. Y en el caso hipotético de que consiguiera consumar un propósito tan ambicioso, la maldición del juego de suma cero entre las tres fuerzas que hoy integran el Bloque de Colón seguirá haciendo necesaria la existencia de un partido bisagra a fin de poder arbolar mayorías de gobierno con un mínimo de estabilidad parlamentaria.

Así las cosas, triunfe o fracase la opa hostil de Rivera contra el PP, se requerirá en el tablero nacional lo que hasta ayer encarnaba él mismo. Y con urgencia perentoria. El presidente Sánchez, un hombre mucho más hábil e inteligente que ese Zapatero con el que tantos en la derecha se empeñan en comparar, con toda probabilidad disolverá las Cortes antes de verse maniatado en la investidura por un consorcio de siglas hostiles al consenso constitucional. Otra repetición electoral en otoño se antoja el escenario más verosímil. No habría tiempo material, pues, para intentar moverle la silla a Rivera desde dentro de Ciudadanos. Algo que abocaría a los pretendientes de ese hueco a probar la segunda alternativa: dar forma a un nuevo proyecto político que concurra a las urnas con la vocación de fagocitar una parte significativa de la clientela menos escorada a la derecha que aún se identifica con Ciudadanos. Pero posicionar una nueva marca desconocida para el mercado, bien lo sabe Marcos de Quinto, es una labor en extremo compleja. De aquí al otoño, más que compleja, imposible. Para erosionar con alguna eficacia a Ciudadanos a muy corto plazo, la única vía factible sería crear un partido-banderín de enganche que concurriese a las elecciones bajo el manto publicitario y organizativo de una coalición con el PSOE. Algo de lo que no hay un precedente, sino dos. El Partido de Acción Democrática, de Fernández Ordóñez, sirvió de pasarela en su día para que los socialdemócratas de UCD desembarcasen en el PSOE. Y a idéntica fórmula submarinista recurrió Ferraz a fin de dinamitar desde dentro a la Izquierda Unida de Julio Anguita. Fue cuando la promoción de un efímero Partido Democrático de la Nueva Izquierda, más conocido por el Pedin entre los fieles al Califa, que, liderado por Cristina Almeida y López Garrido, concurrió en coalición con el PSOE antes de integrarse en él. Ojo, mucho ojo con el Pedin, que puede ser el modelo.

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