
Los datos de contagios de la segunda ola en Madrid alcanzaron su pico a mediados de septiembre, con un máximo de 6.716 casos al día. El 21 de septiembre se impusieron los confinamientos por zonas básicas de salud. El 28 de septiembre, diez días después del pico de contagios, se alcanzó el pico de hospitalizaciones, con 3.326. Desde entonces ha descendido. El Gobierno impuso el estado de alarma el 9 de octubre, cuando ya llevábamos más de diez días de descenso de las hospitalizaciones y más de veinte desde que empezaran a bajar los contagios. Y diez días más tarde el descenso en Madrid se ha detenido. Parece mucha casualidad, ¿no creen?
El Gobierno de Díaz Ayuso tardó demasiado en reaccionar. Las medidas adoptadas el 20 de agosto deberían haberse tomado al menos quince días antes. No obstante, es el suyo un pecado venial cuando se compara con lo que están haciendo en otras partes de España, como Navarra y Aragón, gobernadas por los socialistas, y la manifiesta incompetencia de Illa y Simón, responsables de los peores datos del mundo occidental, peores incluso que los de Trump o Johnson, a quienes la prensa que alaba a Pedro Sánchez critica diariamente. Y además, como pasó durante la primera ola, Madrid está liderando en España avances contra la epidemia como los test rápidos serológicos o el uso de las aguas residuales para predecir hospitalizaciones.
Sin embargo, la intrusión del Gobierno de Iván Redondo, cuyo objetivo no tiene nada que ver con el bienestar de los ciudadanos sino con las perspectivas electorales del PSOE, no sólo no ha mejorado las tendencias, sino que las ha empeorado. Con la caradura que caracteriza a todo político profesional, Illa ha intentado esta semana ponerse la medalla de las mejoras en las cifras de Madrid que tuvieron lugar antes de su intervención mientras esquivaba cualquier posible responsabilidad de que hayan dejado de mejorar tras su estado de alarma. Pero ¿realmente es culpa suya que la mejora de Madrid se haya detenido?
La respuesta, creo, es que sí. La policía sólo se ha dedicado a impedir la salida de los municipios confinados, pero no a restringir los movimientos entre zonas básicas de salud. La mayoría de la gente ha entendido que el estado de alarma sustituía a las medidas de la Comunidad de Madrid, de modo que se ha circulado libremente dentro de la ciudad, aumentando los contactos entre habitantes de zonas con más contagios con zonas de menos contagios. Es imposible saber con certeza qué ha pasado estos días, pero hay razones para pensar que se ha sustituido un confinamiento útil por otro inútil y que el estado de alarma ha sido contraproducente.
No obstante, es probable que a muchos madrileños les haya parecido bien el estado de alarma, porque parece que se está instalando en la opinión pública la peligrosa idea de que es mejor político quien confina más. Eso es absurdo. La clave durante esta epidemia es conseguir resultados aceptables de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos llevando una vida lo más normal posible. Aquello de aplanar la curva, que parece que hemos olvidado. Es absurdo, como pretende el felón Aguado y la cada vez más lamentable Arrimadas, bajar a 25 casos por 100.000 habitantes a toda costa, más que nada porque tal cifra no se alcanzó ni siquiera tras tres meses de uno de los confinamientos más estrictos del mundo.
En general, la Comunidad de Madrid no es ni de lejos la Administración española que peor comportamiento ha tenido durante esta epidemia –ese mérito es exclusivo del Gobierno central–, ni tampoco la peor de las autonomías. Sin embargo, es donde se está manteniendo el foco crítico de los medios de forma casi exclusiva. Es normal. La mayor parte de los periodistas son de izquierdas y apoyan al Gobierno de Sánchez e Iglesias, así que culpar a un Gobierno de derechas les sirve para conciliar el sueño por las noches. Pero es mentira. Como casi todo, desgraciadamente.