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Antonio Robles

Del 8-M al erre que erre

No hay nada más peligroso que empecinarse en el error.

No hay nada más peligroso que empecinarse en el error cuando el error está contrastado. O puede que haya algo peor: poseer una idea del mundo que nos lleve a sostenella y no enmendalla contra viento y marea. Algo así le ha pasado a Irene Montero y a su secta del Ministerio de Igualdad con el 8-M.

Sobran indicios para asegurar que la manifestación del 8-M convirtió una epidemia en ciernes en una pandemia. Ahora, además, contrastados con un estudio de la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona) y la de Zaragoza en el que se concluye que se habrían salvado 20.000 vidas de haberse ordenado el confinamiento una semana antes del 8-M.

No fue una fecha cualquiera. Ni por los errores en cadena que provocó ni por el número de vidas que se llevó al cementerio. No es objeto de estas líneas enumerarlos (“¡Viva el 8 de marzo! Cronología de una infamia”), sino plasmar por qué una ideología interesada, unida a la propaganda para blindarla, puede llevar a un Gobierno a cometer un error imperdonable y seguir perpetuándolo por los mismos motivos que lo provocaron. Irene Montero comenzó a calentar el ambiente desde el Ministerio de la Igualdad para dar una respuesta “inequívoca (…) contra la extrema derecha” en los actos del próximo 8-M. Pero esta vez parece que el horno no está para bollos y la ministra de Sanidad, Carolina Darias, le ha atizado un mandoble monumental y la ha devuelto a los corrales. 

No es para menos. Recordemos. Semanas antes de la manifestación del Día Internacional de la Mujer del año pasado, el Gobierno disponía de suficiente información para haberla desconvocado. Pero no lo hizo. Estaba demasiado preocupado por instrumentalizar el 8-M. En el seno del Gobierno, Carmen Calvo (PSOE) e Irene Montero (Podemos) rivalizaban por capitalizar el monopolio del feminismo. Quien bajara la guardia perdía. Y nadie estaba dispuesto a hacerlo en nombre de la responsabilidad sanitaria.

Por eso pasó lo que pasó. Siempre estuvieron por delante de las consecuencias sanitarias los intereses electorales y la rivalidad por monopolizar el discurso feminista. Paradójicamente, su obstinación por llegar a toda costa al día fetiche para celebrar por todo lo alto las marchas feministas impidió al Gobierno prohibir el resto de actos multitudinarios, incluidos partidos de fútbol, misas, eventos culturales o el mitin de Vox en Vistalegre. Su error no estuvo sólo o mayoritariamente en los riesgos previsibles de la manifestación del 8-M, sino en la aprobación de esos otros actos que debieron permitir para no prohibir su 8-M. He ahí la perversión al desnudo, si el Gobierno no hubiera tenido en agenda sus intereses electorales, sin lugar a dudas hubiera tomado medidas mucho antes.

Por eso, el 8-M no es una fecha cualquiera, es la fecha donde un Gobierno optó por la propaganda y la mentira frente a la responsabilidad y a costa de la seguridad sanitaria de todo un país.

Tenían derecho a equivocarse, no a mentir; tenían derecho a defender su ideología de género, no a decidir arriesgar la vida de la gente. Algún día, esa decisión debería ser juzgada, no por las urnas, sino por los tribunales de justicia. Lo que siguió a esa degradación fue la destrucción de los valores éticos más elementales en la acción política. Y, lo que es peor –hasta hoy al menos–, han querido volver a las andadas y manifestarse el 8-M. En ese trance están. Esperemos que sepan atar en corto a esa amalgama de tentáculos podemitas que ya han anunciado seguir adelante con las manifestaciones. El propio Pablo Echenique, como portavoz de Podemos, lo ha soltado con la gratuidad de siempre: “Si las hay [manifestaciones], asistiremos”. 

Persistir en el 8-M ya no es un error por el peligro potencial (se podrían tomar medidas estrictas), es porque incidir en el ere que erre implica no haber asumido el error criminal inicial del 8-M, es negarse a pagar el precio de su crimen pidiendo perdón a todas las familias destrozadas por ello; y, lo que es peor, es estar dispuesto a repetirlo para convertir aquella sucia mentira en una fatalidad sin dueño.

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