La moción de censura interpuesta por Ciudadanos y el PSOE para hacerse con el Gobierno murciano se ha saldado con un rotundo fracaso, tras la decisión de tres de los seis diputados regionales naranjas de mantenerse fieles al acuerdo de investidura firmado con el Partido Popular en junio de 2019.
No estamos ante un episodio de transfuguismo, como intoxican desde Cs y la izquierda canalla. Esos tres diputados, lejos de romper con su partido, afirman haber actuado en cumplimiento de lo acordado públicamente por su formación hace menos de dos años. La que ha estado maniobrando de la manera artera y traicionera que se suele asociar con los tránsfugas es Inés Arrimadas, y si algo cabe reprochar a Isabel Franco, Francisco Álvarez y Valle Miguélez es haber tragado en un primer momento con la oscura maniobra de su líder nacional.
No hay la menor razón para presentar una moción de censura en Murcia; ni en Madrid, Andalucía o Castilla y León, las otras autonomías gobernadas en coalición por PP y Cs que Pedro Sánchez quería tomar de la mano de la descalificada Arrimadas.
En Murcia se esgrime como argumento la vacunación irregular de altos cargos. Pero el consejero y la cúpula de Sanidad dimitieron al día siguiente de conocerse los hechos; en cuanto a la información solicitada, los diputados regionales que quisieron pudieron examinar la lista de vacunados. Por cierto, Ciudadanos no comisionó para ello a ninguno de sus representantes, claro síntoma de lo que le importaba realmente conocer esa información que ahora utiliza como casus belli.
Todo indica que la moción fue pergeñada en Madrid, y que lo que primó fue el interés ya no de la marca murciana de Ciudadanos, ni del propio partido nacional, sino de Arrimadas y su tenebrosa camarilla, que parecen haber actuado por su cuenta en sus tejemanejes con "la banda de Sánchez", en memorable definición de Albert Rivera.
La operación en Murcia ha fracasado y, para colmo, ha permitido a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, deshacerse de un Ignacio Aguado que no hace más que tirarse de los pelos y ponerse histéricamente en evidencia al cargar contra quien no se ha dejado guillotinar en vez de contra su semejante y correligionaria por pasarse de lista.
Esta semana, Arrimadas ha cavado su tumba política y dado la razón a aquellos de sus excompañeros que al abandonar el partido advirtieron de su intriguismo y marrullería, así como de su ambición desmedida y sus carencias de orden táctico y estratégico. Su negativa a someterse a la investidura tras la histórica victoria de Ciudadanos en las autonómicas catalanas de 2017, en plena ofensiva del separatismo sedicioso; su apoyo al peor Gobierno desde la instauración de la democracia, el del socialista Pedro Sánchez y el comunista Pablo Iglesias, tremendamente responsable de los estragos socio-económicos que está causando la pandemia del coronavirus, y su despliegue de insensatez en esta semana ominosa la han condenado irremisiblemente. Arrimadas, sí, se ha suicidado y, de paso, ha dejado herido de muerte al partido Ciudadanos.