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José García Domínguez

El Arzalluz de Vallecas

Para mí que es la crisis de los cuarenta. Pero como se supone que aquí nos pagan para escribir de política, ahí va.

Para mí que es la crisis de los cuarenta. Pero como se supone que aquí nos pagan para escribir de política, ahí va.
Pablo Iglesias. | EFE

Para mí que es la crisis de los cuarenta. Pero como se supone que aquí nos pagan para escribir de política, ahí va. No es fácil encontrar argumentos políticos, al menos verosímiles, que expliquen el paso que acaba de dar ese hombre. Y encontrar precedentes en la historia moderna y contemporánea, simplemente, se antoja empresa imposible. Lo más remotamente parecido fue lo de Gerardín, el del PCE, cuando, para asombro general, anunció que lo dejaba todo y se volvía a la mina a picar negro carbón. Pero ni Gerardín era por aquel entonces vicepresidente de la cuarta economía de la Unión Europea ni la comedia bufa del carbón iba en serio. En otro orden de contrariedades, cualquier politólogo solvente sabe, e Iglesias no deja de ser un politólogo solvente, que todo lo que en Europa estaba a la izquierda de la socialdemocracia y suscribió acuerdos de gobernabilidad con ella, verbigracia lo que aún quedaba de los comunistas en el Portugal de Costa y en la Italia de Renzi, salió escaldado del experimento. 

Hoy, los comunistas refundados de Italia son ya extraparlamentarios, mientras que la extrema izquierda portuguesa vegeta aturdida en el limbo de la definitiva irrelevancia marginal. E Iglesias, que no sólo se dedica a ver series de Netflix, también sabe esas cosas. ¿Cómo luchar contra el sistema yendo del brazo en el Consejo de Ministros de un partido tan del sistema como el PSOE? Difícil, sí, pero quizá no imposible. El dilema de Podemos reside en que solo gritar en la calle no lleva a ninguna parte, pero solo colar pequeñas y testimoniales notas a pie de página en el Boletín Oficial del Estado tampoco lleva a ninguna parte. Y de ahí que, al final, haya decidido imitar el modelo de Arzalluz en el PNV durante los años del árbol, las nueces y el plomo. Arzalluz, el jefe indiscutido e indiscutible, se quedó en el partido porque sabía que desde Ajuria Enea no se podía fotografiar e ir de chiquitos con el Gobierno de España y con Herri Batasuna al mismo tiempo. Y le salió bien la jugada, demasiado bien. Justo eso es lo que ahora pretende emular Iglesias. Aunque tal vez no haya ponderado lo suficiente que incluso Arzalluz tuvo su propio Garaikoetxea. Pero, en fin, tampoco descarten lo otro.

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