
Con las elecciones madrileñas va a ocurrir como en los partidos de baloncesto, que siempre se deciden en los tres últimos minutos con independencia de cuál fuera el equipo que mejor jugase y más canastas consiguiera durante todo el resto del tiempo. Al respecto, ¿qué se puede intuir cuando solo quedan dos minutos y medio para que suene el pitido final? Pues que muy probablemente el bloque de la derecha haya llegado a estas horas a su nivel máximo de apoyos, mientras que la izquierda todavía conservaría un cierto margen de crecimiento potencial. Así las cosas, el bloque de la derecha tendría que fijarse como objetivo casi exclusivo el conservar lo que tiene, renunciando a ampliar más su saldo. La izquierda, por el contrario, únicamente podría albergar alguna expectativa realista si actuase de modo muy concertado para movilizar a sus abstencionistas; si no lo lograse, perdería con total y absoluta seguridad.
Que el agregado de derecha no pueda crecer más se explica por dos razones. La primera, porque Ayuso ya ha absorbido a estas alturas todo lo absorbible de Ciudadanos; ahí no queda apenas nada que rascar. La segunda, porque Vox, pese a sus ingentes esfuerzos en esa dirección, todavía no parece que esté en condiciones de extender su influencia en las urnas mucho más allá de los límites convencionales de la derecha sociológica tradicional. Por tanto, volveríamos a los juegos de suma cero entre Ayuso y Monasterio, en caso de que PP y Vox optasen por la confrontación abierta en este tramo final de la campaña. En el bloque de la derecha, pues, está todo el pescado vendido. Tan es así que, en realidad, los únicos que necesitarán emplearse a fondo ahora son los tres partidos de la izquierda. Y su primer imperativo común para tratar de combatir la abstención, un imperativo sine qua non, pasa por implantar a toda prisa la percepción en su base social de que la alianza de gobierno entre ellos ya está sellada. Ese fue el sentido del muy teatral llamamiento de Gabilondo a Iglesias en el debate. Pero para sacar de casa a la izquierda deprimida hace falta algo más. Y ahí es cuando entra en escena el CIS. Pero de eso hablaremos en la próxima columna.