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Pablo Planas

Boicoteando al Rey

¿Es posible un presidente regional peor que Torra? Va a ser que sí.

¿Es posible un presidente regional peor que Torra? Va a ser que sí.
EFE

El Gobierno de la Generalidad catalana no desaprovecha ocasión alguna para hacer el más espantoso de los ridículos. Desde que el nefasto y estólido Artur Mas diera comienzo al proceso separatista, presidentes y consejeros han rivalizado en un campeonato desenfrenado por menoscabar el ya de por sí escaso apresto institucional de la dicha Generalidad, al tiempo que los diputados nacionalistas hacían lo propio en el Parlamento autonómico.

Cuando todo parecía indicar que no podía haber un presidente más inútil y peligroso que Mas, llegó Puigdemont, alias Pastelero Loco, un tipo cuyo desempeño convirtió a Mas en una especie de moderado para los observadores más cándidos de esa cosa llamada política catalana. Y cuando se descartaba por completo que alguien pudiera superar a Puigdemont en todos los órdenes del disparate apareció Quim Torra, apodado Chis Torra, un tipo deleznable, una suerte de cacique supremacista que llegó a escribir que quienes hablan español son "bestias con forma humana", un individuo que iba repartiendo abrazos a los matones de los Comités de Defensa de la República (CDR), alguien de quien han renegado hasta los suyos.

Pues bien, con el joven Pere Aragonès continúa la degeneración del infausto cargo. ¿Es posible un presidente regional peor que Torra? Va a ser que sí. La primera providencia del nieto del alcalde franquista de Pineda de Mar ha sido plantar al Rey en la cena de gala de las jornadas del Círculo de Economía, el foro del empresariado marca tres per cent.

Aragonès pretendía de paso humillar a su socios de gobierno, los junteros de Puigdemont, de modo que le dijo al vicepresidente Puigneró (otro que tal cuya hazaña más recordada es haber llamado "mongoles" a los españoles) que fuera él. Lento de reflejos, Puigneró dijo primero que sí y luego que no, reconducido por Puigdemont y Jordi Sànchez. De modo que será la consejera de Presidencia, Laura Vilagra, de ERC, quien acuda al evento "para no dejar vacía la silla de la Generalidad". El disparate ha provocado la segunda crisis del denominado Govern en tres semanas, tras la carta de Oriol Junqueras.

A Pedro Sánchez, sin embargo, no le importa que sus socios persistan en sus insultos al Rey, que demuestren así su agradecimiento a quien finalmente tiene que estampar su firma para que los indultos a los delincuentes golpistas sean válidos. Pero, claro, ¿qué se puede esperar de alguien que viene de lo que viene con Biden?

Todo esto de los boicots al Rey en Cataluña comenzó con Mas y cuando Felipe VI aún era príncipe. En 2014, el mismo Mas, el entonces alcalde Xavier Trias y Felip Puig le prepararon una encerrona con un empresario separatista que le negó el saludo hasta, dijo, que no dejara votar a los catalanes. Mas, Trias y Puig contemplaban la bochornosa escena en la Feria de Barcelona con unas sonrisas tan amplias como cómplices y miserables. Y desde entonces la cosa no ha hecho más que empeorar.

Cientos de ayuntamientos han declarado al Rey persona non grata sin consecuencias judiciales. Quemar fotografías del monarca es una especie de prueba de afirmación nacionalista. En una comisaría de los Mossos apareció un muñeco del Rey ahorcado. El Ayuntamiento separatista de Gerona se niega a ceder el auditorio de la ciudad para la entrega de los premios Princesa de Gerona desde el golpe de Estado de 2017. El deporte preferido de Colau es eliminar cualquier referencia borbónica en el callejero mientras se niega a participar en los recibimientos oficiales cuando el Rey viaja a Barcelona. Son solo algunos casos.

El papel de Mas en esta historia no ha sido reconocido como se merece. Por ejemplo, resulta muy chocante que no esté en la cárcel, mientras personajes mucho menores de la trama golpista, como Rull, Turull o Cuixart, sí han pasado por la prisión. El principal causante de la ruina de Cataluña fue también el tipo que ideó la campaña contra el monarca cuyo patético eslogan, "los catalanes no tenemos rey", siguen a pies juntillas a día de hoy los miembros del gobierno regional con la excusa de que Felipe VI tomó partido "contra Cataluña" en su discurso del 3-O. Sigue, pues, la identificación de una parte, el independentismo, con el todo, Cataluña, error en el que chapotean Pedro Sánchez y sus medios para justificar los indultos a quienes no han hecho nada para ganárselos, sino todo lo contrario.

El boicot de estos botarates, indigentes morales de la peor especie, debería tener consecuencias. Un Gobierno normal y decente aplazaría las medidas de gracia hasta mejor ocasión, cuando personajillos como Aragonès, Puigneró y los indultables mostraran algo de respeto en vez de comportarse como hooligans beodos.

No debería ser tan difícil, y menos aún cuando, según Sánchez, estamos en una fase de distensión. Se trataría, simplemente, de que Aragonès acudiera a los actos que tiene que acudir y se mostrara como un individuo civilizado que come con la boca cerrada y sigue las normas de urbanidad elementales. También estaría bien que los golpistas se abstuvieran de vociferar que no se arrepienten, que lo volverán a hacer y que no quieren los indultos sino la amnistía.

Distensión, dice Sánchez. Sí, una enorme distensión. Una distensión muy celebrada por el significativo sector de las élites locales que colaboró por pasiva y por activa en el golpe de Estado y que ahora aplaude hasta con las orejas que Sánchez esté dispuesto a poner toda clase de palos en las ruedas de la prosperidad de Madrid y gran parte de España mientras derrama sobre Cataluña millones de euros, la materia prima de la gran industria regional de las coimas. En realidad, quien boicotea al Rey es Sánchez, que permite semejante estado de cosas.

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