Alguien en el Colegio de Abogados de Madrid debió de pensar que invitar a Irene Montero a dar una charla era una buena idea. Sí, resulta increíble que alguien con un mínimo de responsabilidad y sentido común pueda llegar a pensar tal cosa, pero el servilismo hacia el poder de buena parte de las instituciones de la sociedad civil es tal que, con tal de tener a un ministro en su sede, muchos son capaces de cualquier cosa, incluso de plegarse ante la ministra de Igualdad.
El resultado ha sido el único posible: la fanática Montero ha hecho un discurso a mitad de camino entre el disparate y el despropósito y el Colegio de Abogados se ha puesto en el disparadero y en pavorosa evidencia, ante el bochorno de no pocos de sus miembros.
Pero más allá del papelón de la referida institución, lo sustancial ha sido el discurso de la madre de los hijos de Pablo Iglesias, que ha vuelto a mostrar sin vergüenza no sólo su cara más totalitaria, sino la brutal hipocresía con la que transitan por la política Montero, su presunta pareja y, en general, todo aquel que tiene algo de relevancia en Podemos.
Primero, lo totalitario: es tan lamentable como peligroso que un partido político legal diga sin el más mínimo disimulo que la Justicia debe ser un ente al servicio de una agenda ideológica –por supuesto, la suya– y que las decisiones judiciales tienen que verse mediatizadas por el sexo de las partes implicadas.
Incluso en un país que tiene una norma tan aberrante como la Ley de Violencia de Género, es una vergüenza y un drama que un partido se permita estar permanentemente atacando la Justicia, cuestionando su independencia y tratando de forzar decisiones según sus necesidades de cada momento, que es lo que hace continuamente Podemos, dejando claro lo que es: una banda que desprecia las bases de la democracia y los derechos individuales.
Si resulta grotesco que un partido luzca con tanto descaro su autoritarismo, qué decir de una ministra que exhibe siempre que puede una hipocresía que no parece tener límite. Montero ha bramado contra los "hombres blancos y heterosexuales", en cuyas manos está, según ella, "el reparto de la riqueza en el mundo".
La argumentación es completamente disparatada, como si la capacidad para acumular riqueza dependiese del sexo, el color de la piel o las preferencias sexuales de la persona y no de sus habilidades en el mundo de los negocios, la empresa o el arte. Pero es que además Montero, mujer blanca y heterosexual, se ha catapultado en tan solo cinco años al 1% más rico del planeta, gracias a los excelentes sueldos que ha venido ingresando como diputada o como ministra. Una retribución que jamás podría soñar en el sector privado y que, además, ha completado –según no se cansan de repetir los defensores de la ministra– con una sustanciosa herencia. Qué casualidad que se enriquezcan con herencias los más agresivos defensores del impuesto de sucesiones y los que siempre critican que pasen de padres a hijos las empresas y el patrimonio… de los demás.