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Jesús Fernández Úbeda

Abascal, MVP de la jornada

El líder de Vox le avinagró el mojito a Sánchez. Gana mucho cuando deja de ser Drenthe y se convierte en el Vinícius entrenado por Ancelotti.

El líder de Vox le avinagró el mojito a Sánchez. Gana mucho cuando deja de ser Drenthe y se convierte en el Vinícius entrenado por Ancelotti.
Abascal se dirige a los diputados tras la intervención de Sánchez en el Congreso. | EFE

Inundaba el Congreso este martes una desgana estival generalizada que se tradujo en una fuga masiva de diputados del hemiciclo durante la intervención, chiripitifláutica y caduca, de Echenique –quien pidió "evitar blanquear al PP" por "voces ultraderechistas" como la de Ayuso, "que está a cuatro cervezas de ponerse a quemar libros de texto en la Puerta del Sol"– y, sobre todo, en una bienaventurada reducción del monólogo que Sánchez soltó sobre el último Consejo Europeo y la movida con Marruecos y el Sáhara, que sólo duró 43 minutos –la anterior, por ejemplo, superó la hora–. Gracias, Señor, por escuchar las oraciones de tantos.

Se le vio cómodo al presidente del Gobierno refiriéndose a la guerra de Ucrania, al rediseño transnacional del mercado eléctrico o a la cumbre de la OTAN en Madrid. De haber llevado consigo un ukelele, se hubiera marcado un ragtime con estos elementos. Después, versó sobre el lío hispano-marroquí: que si "la soberanía española de Ceuta y Melilla está fuera de toda duda" –dime de qué presumes, etcétera–, que si habrá una mayor "cooperación en materia migratoria", que si "España no se ha desentendido de la causa del pueblo saharahui; al contrario, hemos situado el debate donde creemos que debe estar", y así. ¿Que la facción podémica de su Gobierno no le aplaudía cuando contaba estas cosas? Pues menudo problema. Le faltó despedirse con un aloha!

Cuca Gamarra reprochó a Sánchez el popurrí temático, repitió el cansino estribillo de que hay que ayudar a las familias y a las empresas bajando impuestos y denunció los "despropósitos gramaticales" de la carta que el líder del Ejecutivo español envió al sátrapa alauí a finales de marzo. El presidente, por su parte, la escuchaba aburrido y resignado, de un modo vegetal, como cuando vas con la chica que te gusta al concierto de un grupo que a ella le pirra, pero a ti ni fu ni fa: meneas la cabeza, aguantas el tipo y tal, mas tu mente está, qué sé yo, en Woodstock 69 o en el estreno de Jurassic World Dominion. "De usted depende que su final, al menos, sea un poco más digno", remató la portavoz del PP. Los suyos aplaudieron hasta reventarse las falanges. Daba gusto ver, sobre todo, la felicidad con que lo hacía Alberto Casero, con una inquietante e infantil sonrisa de gato Chesire.

Abascal avinagró el mojito parlamentario de Sánchez. Gana mucho el líder de Vox cuando deja de ser Drenthe y se convierte en el Vinícius entrenado por Ancelotti, cuando dosifica sus sprints y dispara entre los tres palos. Acertó en el cómo porque prescindió de la estridencia y de histrionismos folclóricos, y en el qué porque, al margen de comulgar o no con su discurso, martilleó sobre un tema muy concreto que encabronó, y de qué forma –señora Gamarra, tome nota–, al macho alfa de La Moncloa: "Usted se siente en los despachos de Bruselas de una manera exactamente contraria a como se siente cuando tiene un viaje a un pueblo o a un barrio de España y tiene que mirar a los españoles". "En las calles, vive usted un baño de realidad. Por eso debe pisarlas más. Ponga un pie en un mercado, vaya a un polígono industrial a la hora del almuerzo, siéntese en el banco de un parque con unos jubilados", añadió.

El jefe voxero señaló la cada vez "mayor separación entre las élites y el pueblo" y el "clasismo sin igual" de un partido socialista al que "no le queda ni la O ni la E". Remató bien la faena no sin antes dar un par de capotazos sobre "la sacrosanta religión climática" y sobre Marruecos –"lo que queremos es que reconozca de una vez por todas la soberanía española de Ceuta y Melilla"–.

Después, Arrimadas reseñó "el increíble caso del señor Sánchez": "No se puede gobernar España y no se puede organizar un encuentro muy relevante de la OTAN cuando medio Gobierno de España intenta boicotear a la OTAN". Estuvo bien en su crítica a Podemos, "unos socios que siempre están en el lado incorrecto de la Historia": "Estos señores, si vivieran con los Pitufos, irían con Gargamel". Joan Baldoví, Baldová, cada día te quiero más, comparó al presidente del Gobierno con Jesucristo. A saber qué sale de ahí. Ana Oramas: "Padece el síndrome del embajador, se encuentra más cómodo fuera de su país que en él". Me acordé de aquellas palabras de Agustín de Foxá, el autor de la maravillosa Madrid, de corte a checa: "Tengo el puesto ideal. Embajador de una dictadura en una democracia. Disfruto de ambos sistemas".

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