Menú
Luis Herrero Goldáraz

Escándalo

Si para nosotros fuesen personas, y no personajes, ninguno haría chistes ni dedicaría las tardes a fabricar 'stickers'.

Si para nosotros fuesen personas, y no personajes, ninguno haría chistes ni dedicaría las tardes a fabricar 'stickers'.
Real Club La Moraleja | Archivo

Lo primero que uno piensa al ver las imágenes es que al despertar, esa misma mañana, el señor Salmones estaba lejos de sospechar que pocas horas después iba a destrozar su vida para siempre. Las últimas informaciones apuntan hacia todo lo contrario, así que un segundo visionado obliga a replantearse la película de otra manera. Analizando esa curiosa forma de fumar tan suya, esa chulesca pose de hombre-estatua, de hombre indiferente ante los escombros de su reputación, uno ya no puede ver a un alguien sobrepasado y débil. Lo que se ve es a un señor que ha consumado una venganza escrupulosamente planeada durante quién sabe cuántas noches de enfermedad e insomnio. El macabro final feliz de quien está dispuesto a todo porque ya todo le importa un pito, incluso su propio drama.

Es curioso lo que puede cambiar una escena a poco que varíe el contexto que la rodea. Lo que los miembros del Real Club La Moraleja vieron el pasado domingo, lo que vio toda España al día siguiente en redes, fue a una prostituta brasileña resistiéndose con uñas y dientes para no ser expulsada como un perro de un club privado. A pocos metros, también, el cliente que la había colado sin pagar se dejaba ver no haciendo absolutamente nada. O, más concretamente, manteniendo fuertemente la concentración para permanecer de pie sin caerse a un lado. Mirándole detenidamente, se entiende que las acusaciones de impresentable que le llegaban desde el otro lado de la refriega le pareciesen venir de mucho más lejos. Nadie sabe cuánto, realmente. Es difícil medir la distancia que separa un matrimonio roto.

Siempre que ocurre un escándalo como este, lo más sencillo es abandonarse a la vorágine del descansillo. Toneladas de chistes vuelan por entre conversaciones que se entrelazan imparables hasta cubrir completamente la inmensa nube nacional. A día de hoy, una ardilla podría llegar de Cádiz a Gerona saltando de meme en meme del señor Salmones. Y lo curioso es pensar que a ninguno de los que hemos formado parte de la conversación nos importa realmente lo que será de él cuando la historia amaine. Tampoco lo que ocurrirá con la joven escort que ha conquistado los corazones de tantas personas ansiosas por desposeer a los pijos de sus clubs de ensueño. Ni con la esposa, objetivo principal de la venganza. Ni siquiera con los hijos adolescentes que hace tan sólo un par de días se tuvieron que levantar sabiendo que a la última escenita del divorcio de sus padres estaba invitada toda España.

Si nos importasen lo más mínimo, esto es, si para nosotros fuesen personas, y no personajes, ninguno haría chistes ni dedicaría las tardes a fabricar stickers. Por desgracia, tampoco eso cambiaría nada. La herida ya está abierta en el momento en que la intimidad es violada. Y, una vez ahí, ni el silencio, ni los chistes, ni la genuina indiferencia de los intrusos que se han colado sin querer agrava lo más mínimo una vergüenza que se siente como ajena pero que en realidad es muy propia. La cruda realidad es que a las víctimas nosotros también les importamos poco. A la mayoría jamás nos llegarán a conocer y en el fondo saben que nada de lo que pensamos será nunca tan grave ni tan definitivo como se empeña en pintarlo ahora su imaginación. Su tortura está en otro lugar mucho más afilado. Concretamente, en la sospecha de que detrás de su pudor se esconde esquivo lo peor que piensan de sí mismas. Por eso, el error del señor Salmones es todavía más grave. Ha desnudado a demasiada gente y se ha dado motivos de sobra para torturarse en soledad. Su figura es la más triste. Me pregunto si sabrá que incluso ahora tiene opción de redimirse.

En España

    0
    comentarios