Los reyes, como las personas, mueren. Hasta los personajes más grandes y los más anodinos tiene el mismo final, pero pocos han dejado una huella tan enorme en la historia. La muerte de la reina Isabel era predecible ya hace años, su supervivencia en unas excelentes condiciones sin duda ha sido mucho más improbable, pero hoy ha muerto algo mucho más importante. Decimos adiós a una era prodigiosa en la historia del Reino Unido y del mundo. Quizás asistamos al fallecimiento de la persona más importante de los últimos ochenta años en la historia, lo que nos hace estremecer de emoción por la magnitud del acontecimiento.
La reina tuvo que sobrevivir con la dignidad propia de la monarquía británica a la disolución de un imperio y la casi extinción de su país, a los fascismos y al comunismo, a la guerra fría, al terrorismo que le arrebató a personas muy queridas, a crisis económicas brutales, y lo hizo siempre de manera airosa. También sobrevivió a una familia demasiado humana para albergar tanto poder y boato y a un país a la deriva que lleva demasiado tiempo debatiéndose entre un pasado glorioso y un futuro incierto. Pero ese mundo de Isabel, tan único e increíble, tan contradictorio pero brillante, no vivirá mucho tiempo más.
La monarquía británica ha sobrevivido a estos años tan convulsos porque nunca perdió la solemnidad de la institución, porque los ritos siempre fueron cuidados con extremo celo y nadie los discutía; daba igual quien llegara al gobierno, la Commonwealth era la reina y viceversa. Frente a unas monarquías europeas vulgarizadas, promiscuas, con la mano demasiado larga y el patriotismo demasiado corto, la corona británica siempre estuvo con la dignidad y valentía requerida junto a su pueblo. Las monarquías pierden gran parte de su sentido y de referencia con la muerte de Isabel, han perdido a su hermano mayor.
Cuando la Luftwaffe bombardeaba las calles de Londres, una joven princesa acudía a los refugios, se exponía a la muerte como cualquier otro ciudadano, permanecía con su pueblo, nunca le traicionó, mientras que a otros muchos les faltaba tiempo para salir corriendo, evitando una sanción administrativa. Accedió al reinado bajo el gobierno de Churchill y se va gobernando una exactivista antimonárquica que no le llega ni al último cubo de hielo del último whisky a Winston, un signo de la degradación de los tiempos que vivimos.
El Reino Unido cayó en una enorme depresión después del patético Anthony Eden, pero la idea británica cada día ha sido más fuerte gracias a su monarca. Hoy Londres, por mucho que le pese a Nueva York o Washington, sigue siendo la capital del mundo en todos los sentidos.
Bajo su reinado se produjo el mayor cambio social de la historia contemporánea. No tienen más que ver Rebelión en las aulas, una película de 1967 protagonizada por Sidney Poitier, recientemente fallecido, para entender que lo de Grease era una horterada comparado con la trascendencia de los cambios sociales que significó la cultura pop que se inició en Inglaterra, y que Isabel supo asumir y absorber.
Pero la modernidad no podía estar reñida con la grandeza nacional. El Reino Unido nunca ha mirado hacia otro lado ante los fascismos, los totalitarismos o el terrorismo. Muy al contrario, siempre ha estado en primera línea, consciente de que es un pueblo llamado a preservar la libertad. Incluso el Capitolio podrá caer en manos de un dictador macarra, pero el Parlamento británico constituye el más importante baluarte de los derechos individuales del mundo y esto nunca podrá cambiar. No olvidemos que la Carta Magna tiene más de ochocientos años, y que desde ese día todos, incluyendo los monarcas, han debido someterse al escrutinio del pueblo y siempre lo han hecho, ya fuera ante las batallas o el verdugo, con dignidad.
Se muere el referente de los que creemos que el mundo debe asentarse sobre instituciones sólidas, principios morales rectos y con gobernantes que no nos fallen. El mundo que queda es chabacano, con una pérdida total de las formas, la vestimenta, el discurso, la responsabilidad, el sentido común. Los enemigos de la libertad, de la moral hoy deben estar un poco más felices; un obstáculo en su camino por convertir las sociedades en colectividades idiotizadas dominadas por tik tok, discursos fáciles, actitudes insultantes sobre nuestros valores y la degradación moral, política e intelectual de Occidente, ha muerto hoy en Balmoral. Hoy se ha muerto la reina de Occidente, justo cuando una vez más estamos amenazados por Putin y toda esa cohorte de vividores, aprovechados, que se han subido al carro de Moscú para conseguir por el atajo de la notoriedad y la política lo que nunca hubieran conseguido por la vía del esfuerzo y el trabajo individual.
La reina ha muerto con la dignidad con la que vivió y reinó. Le hereda alguien que se nos antoja muy lejano a todo lo que representó su madre y su abuelo, pero esperemos que el Reino Unido sobreviva a esta época de incertidumbre y de amenazas y que, como ha ocurrido tantas veces en la historia, siga siendo ese faro que iluminó al mundo como en particular a España cuando fue invadida por Napoleón y donde acudían nuestros liberales exiliados por el absolutismo. Hoy se acaba una era gloriosa para Europa y Occidente, que seguramente no seremos capaces de preservar al estar pastoreados por aquellos que carecen de los principios morales e individuales que permitieron que Occidente haya dominado el mundo en los últimos quinientos años. ¡Que Dios guarde a la reina!