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Antonio Robles

Tan cerca del abismo...

Volvemos a estar en esos momentos de la historia donde vivimos inconscientemente felices al borde del abismo sin percibirlo.

Volvemos a estar en esos momentos de la historia donde vivimos inconscientemente felices al borde del abismo sin percibirlo.
El presidente ruso, Vladimir Putin, durante la proclamación de la anexión ilegal de cuatro territorios ucranianos. | EFE

Hasta el día anterior del estallido de la Gran Guerra, nadie en Europa era consciente de las dimensiones de la catástrofe que habría de venir, ni de su duración. 30 millones de muertos, hambrunas, destrucción por doquier y la sensación tras el tercer año de combates de que ese infierno no se acabaría nunca. Con algún indicio más, pero también sin consciencia real de la que se avecinaba, los aliados contra la Alemania nazi no calcularon bien la amenazada a tiempo, ni su población estaba preparada para el apocalipsis que le siguió. 50 millones de muertos, Europa destruida y dos ciudades japonesas reducidas a cenizas con todos sus habitantes barridos en segundos por el hongo nuclear. Acabábamos de engendrar el autoapocalipsis.

Volvemos a estar en esos momentos de la historia donde vivimos inconscientemente felices al borde del abismo sin percibirlo. O porque nuestros dirigentes lo perciben, permiten a Vladímir Putin patear a millones de ucranianos con la saña de los matones de barrio. Incapaz de barrerlos con su ejército de chatarra comunista, ha comenzado una campaña con sus escasos misiles y drones camicaces iraníes para destruir todas las instalaciones y fuentes de energía de Ucrania. Persigue y espera que el invierno los mate de frio y hambre. O los doblegue. Y para llevarlo a cabo con total impunidad, amenaza con el infierno nuclear si la OTAN mueve un solo dedo contra la agresión.

Se están dando todos los ingredientes para la fatalidad. El agresor invade un Estado independiente en el corazón de Europa, implica en el conflicto a Bielorrusia y amenaza a los países bálticos y Polonia, cataloga a los ciudadanos ucranianos de nazis, les impone bajo amenaza nuclear delimitar el campo de batalla a territorio ucraniano, y cuando su ejército se empantana y retrocede en los territorios ocupados, comienza la clásica estrategia rusa de tierra quemada, pero en este caso en territorio enemigo para reducirlos por congelación. Y para que el matón pueda llevar a cabo el genocidio, deja correr la leyenda de la locura nuclear.

Desde la guerra fría donde la disuasión nuclear mantuvo al mundo occidental en paz, por primera un dirigente de la antigua URSS está utilizando el horror de Hiroshima Y Nagasaki, no como disuasión, sino como salvoconducto para violar sin oposición a un pueblo que renunció a su armamento nuclear para ser libre. Lo hace a sabiendas de que quienes podrían disuadirle pagándoles con la misma moneda viven maniatados por sociedades del bienestar y riesgo cero.

La contestación a la amenaza nuclear de Vladímir Putin del Alto Representante Europeo para la Política Exterior y de Seguridad Común, Josep Borell, ha sido tajante, sin entrar en la espiral nuclear: "Cualquier ataque nuclear contra Ucrania recibirá una respuesta. No una respuesta nuclear, pero sí una respuesta tan potente de carácter militar que el ejército ruso quedará aniquilado". En la contestación está implícita nuestra impotencia y debilidad. Al menos no estamos cometiendo los errores groseros de los conflictos precedentes. Aun así, la sombra inquietante de la Caja de Pandora aparece a merced de un antiguo funcionario de la KGB.

¿La población es consciente del abismo que se ha abierto ante nuestros pies, donde nuestra seguridad, comodidades y bienes podrían ser barridos de la faz de la tierra de la noche a la mañana? ¿Contemplamos la posibilidad de acontecimientos irreversibles?

Nadie. El apocalipsis siempre fue pura literatura religiosa que nadie creyó nunca. En realidad, el apocalipsis es tan irreal y la aceptación de un final total tan impropio del instinto de supervivencia del ser humano, que nuestras emociones no contemplan ni están diseñadas para concebir la extinción. Hasta en las películas de catástrofes planetarias hay siempre una salida. No, definitivamente no podemos imaginar que mañana silben misiles cargados con cabezas nucleares sobre nuestras casas. A pesar de los cataclismos precedentes.

Y sin embargo, estamos en manos de un matón, que no se permitirá ni le permitirán una derrota. Este es el escenario inquietante que habrían de contemplar nuestros dirigentes políticos y militares para evitar la primera guerra nuclear de la humanidad y el horror que le seguiría.

Nunca ha sido tan imperioso como hoy el asesinato de un líder político en defensa propia. La humanidad entera está en peligro. Ni tampoco nunca fue tan necesario como escarmiento para que ningún otro líder vuelva a insinuar, ni que sea solo para disuadir, la utilización de armas nucleares.

Este artículo es un disparate, ¿pero quién nos asegura que mañana a la hora del desayuno, inconscientes por completo del abismo, cambien por completo nuestras vidas como ya pasó en el pasado, sin darnos tiempo a imaginar siquiera el horror?

Tranquilícense, yo tampoco me lo puedo imaginar. Como ustedes. Basta la inquietante posibilidad, para tomar conciencia de nuestra fragilidad.

Mientras tanto, sigo con mi café. Y miles de ucranianos muriendo. En el telediario.

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