Corría el minuto 96 del Cádiz-Betis del otro día en el feudo gaditano. Mateu Lahoz expulsa a Sergio Canales después de advertir al jugador que no le siguiera haciendo observaciones. Y como éste siguió le expulsó. En Valencia, el pasado domingo De Burgos Bengoechea expulsó a Alex Baena por levantarse la camiseta por encima de la cabeza para mostrar un cariñoso mensaje en recuerdo de José Manuel Llaneza, fallecido tres días antes. El reglamente es claro. No puedes celebrar un gol de esa manera. Son dos claros casos de falta de empatía de los árbitros, son dos claros casos de que el jugador incumple la norma básica, que es el reglamente. Son dos claros ejemplos de eterno debate entre el sentido común y las reglas tan estrictas que adornan nuestro fútbol.
Valen los dos ejemplos para avivar la polémica. Porque es polémico el que quiere serlo. No hay otra manera de entender estas acciones. Tan cierto es que los árbitros deberían acercarse más a los jugadores, como que estos hicieron mal en hacer lo que hicieron y fueron justamente expulsados. Es aquí cuando la justicia choca con la moralidad o con el ser persona. Mateu y de Burgos lo son, aparte de ser árbitros muy dialogantes en el campo. Pero los dos cumplieron el reglamento y, de no haber expulsado a los jugadores, entrarían en un conflicto con sus jefes. El Comité Técnico de Árbitros, seguramente, les hubiera sancionado. Y no estuvieron dispuestos a pasar por ese trago.
Que Mateu debería haber entendido a Canales, es cierto. Entra dentro de la posibilidad de que otra persona podría haberlo hecho pero nunca debería entrar en el debate que Mateu lo hizo mal porque no es así. En el fragor de la pérdidas de tiempo en esos minutos, en el deseo del jugador bético de que añadiera un minuto más sobre el añadido, se entiende a Canales y no a al árbitro pero tampoco deberíamos pensar que uno lo hizo bien porque empatizamos con el jugador y el árbitro mal porque nos parece muy protagonista.
El caso de De Burgos Bengoechea el domingo es igual. La regla que dice que no te puedes levantar la camiseta por encima de la cabeza es tan absurda como la que dice que si te la levantas sólo para mostrar el cartel te exime de la amarilla. Es una cosa de locos, una tropelía de norma. Pero no por ello podemos asegurar, mentiríamos si lo hiciéramos, que el colegiado lo hizo mal por expulsarle porque cumplió escrupulosamente con el reglamento. Baena debería saber a la perfección que eso era amarilla, que era altamente arriesgado hacerlo con una ya mostrada y que todo se hubiera solucionado si, tras marcar el gol, se hubiera ido al banquillo, hubiera pedido una camiseta con el mismo mensaje. Asunto solucionado.
Y en estas andamos. Con reglas contra el sentido común que ponen a los pies de los caballos a los árbitros. Porque cumplirlas es feo pero es su obligación. Porque hacer de malo en la película es una lacra que deben llevar sobre sus espaldas y con eso tienen que convivir. Con reglas que avivan la polémica y que son armas de destrucción masiva en las redes sociales. Normas que deben cambiar porque chocan con la moralidad. Porque un fallecimiento de una persona querida te hace obligatorio un recuerdo. No puede ser que alguien venga a chafarte el asunto. Lo que sucede es que si una norma de obligado cumplimiento te hace ser el ogro en la historia tienes que tragarte toda la empatía y cumplir. No hay otra.