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EDITORIAL

La izquierda, cada vez más totalitaria

El supuesto cambio climático está siendo usado para imponer por la fuerza, de ahí que necesiten la censura, unas políticas disparatadas.

Que un periodista pida una censura radical en los medios de comunicación y en el debate público debería como mínimo sorprendernos, que lo haga la directora y presentadora de uno de los programas con más audiencia de la radio española tendría que ser considerado un escándalo notable.

Sin embargo, a estas alturas la parrafada que leyó palabra por palabra Àngels Barceló en su programa en la SER, en la que exigía que todo aquel que no comulgue con su visión apocalíptica del cambio climático sea "excluido de la conversación y del debate público", no sorprende a casi nadie: exigir que se censure a los que no piensan como ellos se ha convertido en una práctica habitual de la izquierda en todo el mundo y muy especialmente en España.

Por su destacada posición en los medios de comunicación, el alegato de Barceló es grave, pero en el fondo es sólo el último ejemplo de la deriva totalitaria de una izquierda que ahora está usando la coartada de la supuesta emergencia climática para poner en riesgo real, no sólo la prosperidad de los países que caen bajo sus garras, sino las libertades más elementales que hasta hace poco dábamos por consolidadas.

El supuesto cambio climático está siendo usado para imponer por la fuerza, de ahí que necesiten la censura, unas políticas disparatadas que están ya empezando a arruinar a los países ricos que las aplican en Occidente, pero que además pueden llevar a la hambruna si se ponen en marcha en lugares menos prósperos: ahí está el terrible ejemplo de lo ocurrido en Sri Lanka.

Pero eso importa muy poco a una izquierda a la que le preocupan mucho menos los pobres a los que dice defender que su propia satisfacción moral y a la que, por lo tanto, le dan exactamente igual las consecuencias reales de las políticas que propone e impone.

Lo único que de verdad les ocupa es lograr la apabullante superioridad mediática y cultural que necesitan para imponer su programa totalitario. Y para eso todo les vale: la censura, convertir en referente y usar hasta la náusea a una niña con problemas psicológicos evidentes, la cancelación de cualquier rescoldo de resistencia en las universidades o el arte…

Ahora es el cambio climático, en el futuro, cuando la evidencia de que el actual alarmismo apocalíptico no tiene ningún fundamento, será cualquier otro tema porque lo importante para los totalitarios no es el supuesto problema, sino sus pretensiones totalitarias. Esa es la emergencia real a la que el mundo no puede esperar más a enfrentarse: la batalla ideológica, política y cultural contra aquellos que quieren hacernos mucho más pobres y mucho menos libres.

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