
Sánchez aspira a que su obra política perdure en el tiempo y ocupe el lugar que merece en los libros de Historia. Esta vocación trascendente lo hace aún más peligroso, porque si está convencido de que las generaciones futuras lo encumbrarán ya no tiene freno para su gestión aunque esté resultando catastrófica. En última instancia, el rechazo a su política vendría a ser el reflejo amargo de los obstáculos levantados por las generaciones coetáneas, refractarias a cualquier cambio que socave sus privilegios. Con esa arquitectura mental como marco de referencia, lo cierto es que cuanto más firme sea la oposición actual a las medidas de su Gobierno mayor sería el acierto al imponerlas, naturalmente por la fuerza coactiva del Estado (¿o de quién depende la fiscalía?). En todo caso, el agradecimiento de las generaciones futuras compensará sobradamente los sinsabores de ahora.
Si es cierto que un hombre ha de valorarse por la talla de sus enemigos, el caso de Sánchez es paradigmático: su enemigo es Francisco Franco, fallecido cristianamente en su cama tras 40 en el poder, cuyos restos mandó sacar de la basílica en la que estaban enterrados casi medio siglo. Solo hay que ver lo que opina la izquierda del anterior Jefe del Estado para acotar adecuadamente la valía de Pedro Sánchez en justa correspondencia. Esta es la hazaña por la que quiere ser recordado en los libros de Historia, lo que tendrá lugar en una nota a pie de página para dejar constancia marginal del rencor obtuso de un gobernante sin principios, que utilizó zafiamente el poder para deslegitimar a la media España que no consiente sus abusos.
Lo mejor que le puede ocurrir a Sánchez en términos históricos es que los expertos venideros lo consideren un bufón advenedizo, que cometió todas las tropelías imaginables para mantener el poder a pesar de lo cual fue expulsado del Gobierno a patadas democráticas en las siguientes elecciones. Si el tipo es tomado en serio será porque el desastre que está fraguando en este último tramo de la legislatura habrá adquirido carta de naturaleza provocando una situación irreversible en nuestra estructura de Estado, que es lo que está tratando de hacer con sus socios separatistas.
Sánchez está convencido de que su legado permanecerá y puede que tenga razón, porque sus maniobras antinacionales y su toxicidad legislativa están a punto de provocar el mayor desastre electoral en la historia del PSOE. Si acaba destrozando a su partido habrá rendido un gran servicio a España. Y eso, la Historia, sí se lo reconocerá.