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José T. Raga

Política y bien común

La política, en esencia, es una misión de gran nobleza, si se desarrolla para la consecución del bien común.

Acabamos comenzar al año 2023, por lo que no es extravagante recordar amenazantes augurios: unos vaticinan la demolición social, otros, el destrozo del medio en que vivimos, otros, en fin, que los cambios serán tan profundos que nada de lo visto, de lo creído, seguirá en el próximo futuro.

En el fondo, estas opiniones alumbran el desprestigio de la acción política, en las promesas incumplidas, en ejemplos que provocan el desánimo, la falta de esperanza, y hasta el escándalo que lleva a identificar política con corrupción.

Apuesto por el error de tal identidad. La política, en esencia, es una misión de gran nobleza, si se desarrolla para la consecución del bien común; entendido éste, no como una categoría abstracta, sino como el bien de todos y de cada uno de los ciudadanos. De aquí que, el Papa León XIII dijese que "No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de la totalidad social", ["Carta enciclica «Inmortale Dei»", núm. 2 (Roma 01.11.1888].

La corrupción, reside, no en la política sino en el político; en la persona que decidió servir a los demás, y que olvidó su propósito dejándose llevar por una pendiente de perversión social. "Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres" ["Catecismo de La Iglesia Católica" núm. 407. Libr. Editr. Vatic. y Coedit. Litúrgicos… Madrid 1992].

En el mundo real, no abundan los ángeles, sino los sujetos egoístas, que piensan en el yo, como mayor dimensión de aquella totalidad social de que hablaba León XIII. De aquí la frecuencia de dos móviles, ingredientes de esa naturaleza inclinada al mal, y que protagonizan aquella identidad entre política y corrupción.

Los dos móviles, pueden resumirse en el ansia de poder, a cualquier coste, y el ansia de riqueza, obtenida no lícitamente por el esfuerzo, el riesgo, el buen hacer, sino mediante la apropiación para sí o sus intereses, de recursos públicos, o de privados, a cambio de prácticas corruptas de la acción de gobierno – autorizaciones, permisos, licencias, concesiones…

Los casos, ya por número, resultan escandalosos. Aquí recordamos casos en Andalucía, Cataluña, Valencia (sub judice), País Vasco… la asignación asimétrica de recursos del Estado a las Administraciones Autonómicas, las designaciones caprichosas de cargos públicos por amistad, parentesco, o lealtad personal… Prácticas análogas han protagonizado miembros del Parlamento Europeo, sin olvidar el viejo Programa "Petróleo por Alimentos", auspiciado por Naciones Unidas.

No somos ángeles, pero si somos diablos hay que administrar castigos justos, para distinguir a los que caen de los que se mantienen firmes en el cumplimiento de los deberes. Aunque, la corrupción puede llegar al límite en gobiernos autoritarios, pues, éstos, lejos de castigar, tratan de cambiar las leyes punitivas para evitar las sanciones.

¡¡Más corrupción, es imposible!

En España

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