¿Estaría usted interesado en un libro sobre los ataques de ETA en el mundo universitario, tan pormenorizado que acabará enterándose de que, después del estallido de la primera bomba que esa organización terrorista puso en la Universidad de Navarra, el párroco de San Lorenzo de Pamplona puso 25.000 pesetas para la reparación de los daños? Si a usted de verdad le pueden entusiasmar detalles de esa naturaleza, lea las más de cuatrocientas páginas del libro de Ana Escauriaza Escudero titulado Violencia, silencio y resistencia (Editorial Tecnos, Madrid, 2022). Pero no espere encontrar en él un análisis histórico-político de las sinuosas vías por las que atravesó la relación de ETA con las universidades —vascas, principalmente—. Todo lo que hay aquí es una acumulación de datos relevantes e irrelevantes, así como de opiniones y testimonios, sin el menor deslinde entre ellos. Todo le vale a la autora con tal de rellenar páginas, tal vez porque alguien le ha dicho que una tesis doctoral presentada en el departamento de Historia Contemporánea de la UPV-EHU tiene que ser muy gorda y aparentar así estar penetrada de contenido científico. Digo más aún: esta flamante doctora, de formación periodística, parece creer que hacer ciencia —en este caso, historia— es como escribir en un diario de sucesos, contando cosas sin analizarlas, recabando testimonios y aparentando neutralidad ante todo ello, pues cree que el periodista es una especie de testigo que no debe mostrarse favorable en ningún sentido. Habría que recordarle, por ello, que "la historia precisa ser explicada", como señaló hace muchos años Maurice Godelier en L’ideél et le matériel. Por cierto que ni siquiera, en esto de los testimonios, ha buscado los del lado oscuro; o sea, los de los etarras o los de los militantes de las organizaciones del MLNV implicadas. No crea el lector que esto es imposible porque ahí están los libros de Fernando Reinares, Patriotas de la muerte, y Rogelio Alonso, Matar por Irlanda, construidos precisamente a partir del análisis de los testimonios de un amplio elenco de terroristas entrevistados por esos autores.
Además, el libro ni siquiera cumple con las expectativas que enuncia en su introducción, pues en ella se promete al lector un estudio de los medios y organizaciones a través de los cuales ETA trató de lograr los objetivos que perseguía con respecto a la universidad. También declara la autora su intención de exponer cómo reaccionaron las instituciones académicas ante los ataques de que fue objeto, y a fe que lo hace sin medida —tal como acabo de señalar—, aunque, eso sí, sin penetrar en el entramado organizativo a través del cual una minoría de profesores universitarios se opuso, con riesgo de sus vidas, a las pretensiones de la banda terrorista. Y aclaro sobre esto último que no es lo mismo mencionar entidades como Gesto por la paz, el Foro Ermua, ¡Basta ya!, Profesores por la Libertad o la Fundación para la Libertad, aludiendo a sus acciones, que analizar cómo se organizaron éstas y sobre qué soporte político y financiero se sustentaron —porque el lector debe tener claro que estos elementos organizativos no se sostienen en el aire, sino que necesitan medios económicos y materiales, además de un cierto respaldo institucional, sea o no conocido por el público—. El lector no encontrará nada de esto en el libro, como tampoco lo hará con relación a ETA o a las entidades del MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco) que aquella utilizó para desarrollar su campaña universitaria. Añadamos como detalle ilustrativo sobre lo que se acaba de decir que, para Escauriaza, el encuadramiento del sindicato ultranacionalista de estudiantes Ikasle Abertzaleak (IA) en el MLNV —que, por cierto, se señala sin reservas en el libro de Íñigo Bullain Revolucionarismo patriótico, que es seguramente el mejor estudio de que disponemos sobre el citado Movimiento— no está claro. Su argumento, trivial donde los haya, es que nunca ha sido ilegalizado. Ya se ve que esta señora tiene poco conocimiento del asunto, pues han sido abundantes las entidades del MLNV que nunca fueron objeto de la persecución judicial.
Pero ese no es el único detalle de esa naturaleza. Por ejemplo, avanzada ya la lectura del libro, éste se adentra en el famoso conflicto planteado por unos pocos profesores de la UPV-EHU que, en los años noventa, no quisieron aceptar las plazas de profesor titular que se les ofrecieron porque, siendo abertzales, no querían ser funcionarios del Estado, tal como establecía la Ley de Reforma Universitaria entonces vigente. El conflicto tuvo tintes violentos, a pesar de lo cual Escauriaza niega que estuvieran "directamente relacionados con ETA", aunque «sí lo estaban con las movilizaciones del MLNV". Y para remachar su afirmación cita el libro que escribieron esos profesores, en donde se lee que "un preso político vasco" (o sea, uno de ETA) les dijo que su problema "estaba vinculado estrechamente a la evolución del proceso político general" y que, por tanto, progresar en su lucha "significaría un impulso para el logro de nuestros objetivos". Blanco y en botella, aunque Escauriaza no lo vea.
No lo ve, porque fiel a lo que cree forma parte de su quehacer profesional, la autora de este libro nunca se moja. Por ejemplo, cuando trata el problema de los profesores que tuvieron que exiliarse del País Vasco por estar en la mira de ETA, después de afirmar que no "es fácil saber si ETA les amenazaba por ser profesores o por otros motivos", se entretiene en informar al lector acerca de si los afectados estuvieron o no respaldados por las autoridades académicas. La respuesta a esta cuestión acaba siendo que ni sí ni no porque hay opiniones para todos los gustos; y además, para colmo, "no todo el mundo tenía la misma percepción que (los) amenazados". O sea, que ni blanco ni negro, sino todo lo contrario. Claro que, a veces, cuando se trata de las universidades de la Iglesia, acepta sin discusión lo que le dicen sus rectores, como cuando señala que "la aportación fundamental de Deusto (a la resistencia contra el terrorismo) fue centrarse en una respuesta académica» —lo que encubre sus muchos silencios—, o como cuando sostiene que «la inquina de ETA contra la Universidad de Navarra se debió … a que se trataba de un centro … del Opus Dei". No se escribe una tesis doctoral para esto porque esto no es ciencia y puede que ni siquiera sea periodismo.
Pero los problemas de este libro van mucho más allá, pues aunque cita una abundante bibliografía y un sinfín de materiales periodísticos, amén de las cuarenta entrevistas ya aludidas, exhibe una patente ignorancia acerca de una buena parte de los temas que trata su autora. Ocurre esto, por ejemplo, con sus relatos acerca del Foro Ermua o ¡Basta ya! —en los que se ignora todo lo más relevante que protagonizaron estos movimientos cívicos durante la década de 2000, especialmente cuando se desarrolló la negociación entre el gobierno de Zapatero y ETA—. Y no digamos con respecto a la Fundación para la Libertad —que apenas es mencionada de pasada en alguna página—. Claro que es muy fácil quitarse el muerto de encima despreciando el "espíritu de Ermua" —que esas tres entidades, cada una con sus particularidades y con evidentes lazos personales entre ellas, encarnaron— diciendo que «dejó de significar la unidad de todos los demócratas contra ETA para convertirse en una crítica al nacionalismo en su conjunto». Es evidente que la señora Escauriaza no debió enterarse de que quienes pactaron con ETA en Lizarra fueron todos los nacionalistas vascos, los del PNV y los de Eusko Alkartasuna, apartándose así de la unidad de los demócratas. Pero, en fin, dejémoslo ahí porque si les cuento a ustedes que para esta neo-doctora el ejemplo palmario de esa que considera como perversión del "espíritu de Ermua" no fue otro que la manifestación que se celebró en Vitoria cuatro días después del asesinato de mi hermano Fernando Buesa y del ertzaina Jorge Díez, tal vez no me creerían.
Ignorancia también es la que se muestra en las veintinueve páginas que se dedican al controvertido tema de la matriculación de los presos de ETA en la UPV-EHU, que permitió a muchos de ellos sacarse una licenciatura por la gorra, en un proceso lleno de irregularidades. Ignorancia porque Escauriaza en ningún momento menciona —pues evidentemente no lo conoce— el informe de varios centenares de páginas en el que dos personas vinculadas a esa universidad reunieron toda la documentación pertinente al caso y analizaron su significación. Tengo que decir que por encargo de ellos puse el informe en manos del fiscal Eduardo Fungairiño, en su despacho de la Audiencia Nacional, tras una agradable conversación en la que él evocó sus años de estudiante de Derecho, en los que coincidió con mi hermano Fernando. Fungairiño me dijo que registraría la entrada del informe como una denuncia anónima para evitar presionarme a fin de que le revelara la identidad de sus autores —cosa que, por cierto, desde el primer momento le aclaré que no haría—. Al cabo de unas semanas me llamó para decirme que gran parte de las actuaciones reflejadas en el informe estaban prescritas y que, además, veía muy difícil probar una acción de colaboración con ETA a partir de aquel material. O sea que existe al menos una copia del informe en los archivos de la Audiencia Nacional —y recordemos que la tarea de los historiadores es precisamente la de desempolvar los archivos—. Diré adicionalmente dos cosas más: una, que yo hice una copia del informe que conservé en mi casa hasta que se la presté a un periodista que aún no me la ha devuelto; y dos, que curiosamente una de esas cuarenta entrevistas que antes he mencionado, la hizo la autora del libro a una de las personas que redactaron el informe —obviamente sin enterarse, de lo que infiero que, además de no manejar los archivos, no es muy perspicaz—. Todo lo demás —o sea, lo que aparece en el relato de Escauriaza— es accesorio. Y su conclusión resulta perfectamente irrelevante y falsa: "se trata, dice la autora, de una cuestión muy compleja, ante la que cada profesor tiene un recuerdo distinto … Parece claro que hubo irregularidades, aunque se debían más a actuaciones individuales de personas próximas a la izquierda nacionalista radical que a la institución en cuanto tal". Esto es lo malo de ser una pésima investigadora y de tratar de mantener siempre un equilibrio para no optar ni por lo uno o por lo otro. Eso sí, al menos Escauriaza piensa, equivocadamente, que "es imposible llegar a una conclusión definitiva al respecto». No es como uno de sus prologuistas, el ex-rector de la UPV-EHU Manuel Montero, quien afirma sin ambages que "la universidad fue públicamente acusada por un presunto trato de favor … sin pruebas y después fue objeto de investigación y proceso judicial, sin que se probara nada ni nadie pidiera disculpas". Pues no, señor rector, hubo pruebas y quienes hicimos uso de ellas —yo como mero emisario— no le debemos ninguna excusa.