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Carmelo Jordá

El acto revolucionario de Garzón

Alberto Garzón sí estaba en un hospital público, pero no en cualquiera, sino en uno que es gestionado por una empresa privada.

Alberto Garzón sí estaba en un hospital público, pero no en cualquiera, sino en uno que es gestionado por una empresa privada.
Alberto Garzón. | Europa Press

¡Aleluya! Loados sean los cielos porque aquel que estaba ciego ha visto la luz, porque el que no creía ahora cree y, quién sabe, a lo mejor es el Saulo de los que siguen sin abrir los ojos. Alberto Garzón se ha caído del caballo –o del coche oficial, si queremos verlo así– no camino de Damasco sino en medio de su confortable estadía en ese ministerio en el que, afortunadamente, no podemos decir que tiene una frenética actividad legislativa.

Me refiero, por supuesto, a su público agradecimiento a "los profesionales de la sanidad pública" en el mensaje que en el que, con la alegría lógica del momento, el de IU –por cierto, pregunta casi seria: ¿sigue existiendo IU?– anunciaba la llegada al mundo de su tercer hijo, por la que por supuesto le damos también nuestra más calurosa enhorabuena.

Parecía un simple tuit con un toque no excesivo de la demagogia habitual, ese pequeño detalle que te hace pensar que la gente de izquierda vive tan obsesionada con la política que hasta en momentos así tiene que dejar el recado. Pero, muy al contrario, estábamos ante un mensaje de calado, me atrevería a decir que un cambio fundamental, un acto revolucionario de los de verdad que, de tener continuidad, podría cambiar cómo se gestiona lo público en España.

Porque aunque seguro que algún malpensado creía que no, Alberto Garzón sí estaba en un hospital público, pero no en cualquiera, sino en uno que es gestionado por una empresa privada. Y, por tanto, esos "profesionales de la sanidad pública" de los que hablaba no cobran sus nóminas a cuenta de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, sino de un empresa privada, concretamente una del Grupo Ribera, como perfectamente ha explicado Luis Fernando Quintero en Libertad Digital.

Han sido muchos años, y muy duros, en los que sólo unos pocos hemos defendido que una de las claves para hacer sostenible el sistema de salud es que parte de lo público se gestionase de forma privada. Años de críticas ferocísimas –entre ellas las del propio Alberto Garzón y las de su hermanísimo Eduardo–, de mareas blancas, llanto, crujir de dientes y toneladas de cenizas sobre miles de cabezas, porque se estaba "vendiendo la sanidad pública" e íbamos a tener que ir al hospital con la tarjeta de crédito en la boca.

Y al final no, al final resulta que los médicos que trabajan en esos hospitales tan vilipendiados no sólo son tan "profesionales de la sanidad pública" como cualquier otro, sino que hacen un trabajo "extraordinario".

Imaginen, ahora que hemos convencido a uno de los más irreductibles entre los más irreductibles, qué inmensas posibilidades se abren para la gestión de hospitales y de otros recursos públicos, los miles de millones que podremos ahorrarnos en España cuando el sistema se extienda y las bajadas de impuestos que disfrutaremos.

No me cabe duda de que Alberto Garzón a partir de ahora trabajará para que ese sistema que para él ha tenido un funcionamiento "extraordinario" se extienda y podamos disfrutarlo todos. Y es que sólo hay dos posibilidades: o bien se ha convencido de verdad o resulta que después de pontificar tanto sobre el tema –lean, lean lo que decía de la cuestión– y de dar tanto la matraca con las mareas, ha ido a un hospital que ni sabía cómo se gestionaba y ha salido de allí sin enterarse de nada y, por supuesto, sin notar la diferencia. No, ni yo ni ustedes podemos creernos que tal nivel de despiste sea posible en un hombre como Alberto Garzón, ¿verdad?

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