
Aparentemente es un diagnóstico como cualquier otro, pero la verdad es que reúne incógnitas que no aparecen en otros casos, derivándose también actitudes que resultarían inexplicables en otras situaciones.
Lo terminal aparece cuando el facultativo considera que el saber médico no puede ofrecer algo diferente a lo que aportará el simple transcurso del tiempo, por lo que el enfermo y sus familiares no deben empeñarse en tratamientos sin otro objetivo que la constancia histórica de haber hecho todo lo posible y lo imposible, aún desde la convicción de su esterilidad para el fin que se pretende.
Lo bien cierto es que los sujetos, ante la fase terminal, tienen comportamientos muy diversos. Los hay que, aunque muy tarde, llegan a la conclusión de que no tiene sentido alguno acumular riquezas en esta vida, por lo que, ante el desenlace final, se apresuran a dilapidar cuanto les queda, llegando algunos a ir más allá de lo que les queda, incrementando su endeudamiento.
Este es el síndrome del presidente del gobierno que, convertido en Rey Mago, va esparciendo recursos, con sentido y sin él, en busca de un puñado de votos que, a modo de aquella terapia consistente en hacer todo lo posible y lo imposible, le ofrezca una tranquilidad en su tránsito a mejor vida.
Además de los recursos esparcidos, abundan también las promesas de dádivas para quienes reúnan unas condiciones como votantes –edad, condición social o familiar, situación laboral o dependencia…– con independencia de que acaben en conflictos, cuando otro gobierno decida que aquello prometido se hizo ya in artículo mortis. Algo semejante a los impagos actuales de Sánchez, de laudos arbitrales en favor de las entidades pro energías renovables, saldados, de momento, con embargos de bienes del Reino de España en el exterior. Actitud irresponsable, construida sobre el síndrome de, para lo que me queda…
Síndrome terminal distinto es el de tratar de cumplir obligación o misión postergada, que debió estar cumplida, incluso años atrás. Síndrome, que se encubre con una actitud de premura, como si las prisas de última hora excusasen la negligencia anterior. Es el caso reciente de la ministra Ribera, dispuesta a enviar a la Unión Europea un Plan de Energía incompleto, por imposibilidad de terminarlo a su debido tiempo. Es un caso típico de fase terminal, de quien se le ha echado el tiempo encima –o sea, incompetencia agravada por negligencia–.
De entre otros muchos casos, también es frecuente la fase terminal de un político –aquel que nunca menospreció la acumulación de riquezas–, cuyo síndrome se manifiesta, preocupado por el día de después, por la urgencia en la búsqueda de una salida honrosa y bien remunerada, que conecte, sin solución de continuidad, el óbito político diagnosticado con la toma de posesión inmediata de una nueva función, bien dotada económicamente y, si es posible, con honores para quien no los merece. Compartimos, en este caso, la zozobra de la vicepresidenta Calviño en sus dudas sobre la Presidencia del Banco Europeo de Inversiones.
¿Será, no será…? Who knows? Qui lo sa? De haberlo sabido antes…