
La noticia del triunfo del PP de ayer sirve hoy para envolver el pescado porque el perdedor ha sacado una última carta de la manga y la rueda de la fortuna ha vuelto a girar. La pregunta que todo el mundo se hace ya no es qué pasó el 28-M, sino qué va a pasar el 23-J . Aún así, nada de malo tiene recuperar la vieja noticia, estirarla como estiramos esas notas que acaban en la papelera por error y estudiarla un poco desde la perspectiva del derrotado, sobre todo por aquello de las causas. Porque las derrotas no tienen padres y están siempre en la más triste orfandad, pero causas tienen muchas y a veces son tantas que se hace necesario seleccionar unas cuantas entre la multitud.
No hay duda de que el derrotado es Sánchez, como ha reconocido él mismo al recurrir al adelanto electoral, pero que el fracaso sea suyo no quiere decir que lo haya cosechado por su empeño en hacer de la campaña un asunto de orden nacional y un plebiscito sobre su liderazgo. Los errores de campaña y de comunicación tienden a ser sobrevalorados entre los que pueblan la esfera política y mediática, porque ése, el de la comunicación y las campañas, es su mundo y su especialidad. Fácilmente se toma la parte por el todo. Pero el mundo de muchos votantes es otro.
En las elecciones participan millones de personas que no están pendientes de estrategias, lemas, declaraciones y rifirrafes, pero que van todos los días al mercado, pagan todos los meses facturas de luz y gas, y echan gasolina o diésel a coches con los que no saben, por cierto, si podrán seguir circulando. El coste de la vida disparado y el empobrecimiento de las clases medias y populares forman, como causa electoral, un cuadro poco glamuroso que no atrae a especialistas e "insiders". Al lado de las causas de rango más político es como Cenicienta junto a sus emperifolladas hermanastras, pero es la que está en el trasfondo del seísmo electoral.
Las hermanastras contribuyen, cómo no. Contemos dentro de esa familia Monster, aunque nada simpática, el festival de disparates de las podemitas y la complicidad con partidos como Esquerra y Bildu. Pero es el carro de la compra el que ha puesto al descubierto cada día la falsedad del discurso gubernamental. Y hay mucha gente en España que no cree que el partido de Sánchez sea el que mejor gestiona las situaciones de dificultad económica. No pensaba recordar, pero lo haré, cuánto les costó bajar el IVA para aliviar ciertas facturas y cómo lo hicieron: sin asegurar la continuidad. Es más, la noticia de ayer no puede envolver el pescado, porque pocos son los que lo pueden comprar.
Sería bonito decir que una causa importante del terremoto que acaba de sepultar el poder socialista es el desprecio por la verdad que ha mostrado su líder a lo largo de estos años. Y en cierto modo, de un modo impuro, se puede decir. La verdad de su palabra y, en definitiva, su palabra no han hecho más que perder valor. Ha conseguido que no valga prácticamente nada.
No es que el votante español tenga gran fe en la rectitud de sus políticos; todo lo contrario. Pero en el amplio margen de tolerancia que se concede al incumplidor, por eso de que todos lo son, hay excesos que no caben. El último giro confirma la pauta. Dijo que llevaría a término la legislatura con el Gobierno de coalición y, de la noche a la mañana, va y lo liquida todo. Cumplir la palabra resulta, de nuevo, muy inconveniente. Seis meses más le darían la puntilla. Y una decisión de estrategia de partido se reviste de ejercicio virtuoso. Después del mayor golpe a su liderazgo no cambia de hábitos. Es Pedro Sánchez hasta el final. Y es, por ello, el final de Pedro Sánchez.