
Pedro Sánchez miró a cámara, aflojó la tensión de su mandíbula y anunció una importante medida: "Quiero incorporar en el Código Penal un nuevo delito para prohibir, de una vez por todas, la celebración de referéndums ilegales en Cataluña, como ha ocurrido cuando gobernaba el PP". Era el 4 de noviembre de 2019, en el único debate que mantuvieron los líderes de los cinco partidos con mayor representación parlamentaria.
Acto seguido cambió de opinión.
El compromiso del candidato socialista y presidente en funciones tenía guasa. Unos meses antes, en febrero, el PSOE había rechazado la proposición de ley del Grupo Popular para volver a castigar, con penas de tres a cinco años de cárcel, a quien convocase un referéndum ilegal. Guasa y recochineo, ya que fue el presidente Zapatero quien derogó, en junio de 2005, el artículo 506bis del Código Penal. El Gobierno socialista alegó que la convocatoria ilegal de referéndums no tenía "la suficiente entidad como para merecer el reproche penal y, menos aún, si la pena que se contempla es la prisión".
Sánchez anunció que nombraría a Nadia Calviño vicepresidenta, lo cumplió. A Pablo Iglesias le hizo vicepresidente, pero esto no lo advirtió al elector.
Hace unos días, Elena Sánchez (representante socialista en RTVE, designada por Moncloa presidenta en funciones en septiembre de 2022), conminó a Alberto Núñez Feijóo para que acudiese a un debate electoral. Le puso fecha y hora. Inmediatamente, en lo que aparentaba una acción coordinada de agitprop, El País y la Cadena SER aceptaron el debate a cuatro: "Quiero". "Y yo reenvido", contestó el presidente del PP, duplicando la apuesta: ¡Que vengan todos! "Se arriesga a dos debates con su silla vacía", amenazaron los de Prisa, y este respondió con duples gallegos.
Feijóo pone en su sitio a estos chisgarabises negándose a participar en su encerrona. Días antes lo había hecho con un tal Ander, presidente del Senado, devolviendo al remitente la carta en la que le exigía cuentas. Es tan sencillo que sorprende cuando se hace con naturalidad.
¿Qué sentido tiene debatir con alguien que miente por sistema? A esa querencia por el "cambio de opinión" se le une la condición de presidente mermado. Sus prerrogativas sobre el Consejo de Ministros no han sido de aplicación sobre todos sus miembros. El componente comunista de la coalición estaba exento. Situación que ha exacerbado su querencia al engaño. Ayer fue Pablo Iglesias; mañana, si los electores no lo impiden, será Yolanda Díaz. Por cierto, ¿en calidad de qué acude la lideresa de Sumar a los debates? ¿Representando a Podemos?
Hubo un tiempo en el que, bajo la idea del "gobierno mediante la discusión", el debate parlamentario buscaba esclarecer el juicio de los representantes para alcanzar decisiones que favorecieran el interés general. Pero eso fue en los siglos XVIII y XIX. Después vino Carl Schmitt y sus secuaces quemaron el Reichstag. Con los comunistas, el trabajo parlamentario consistía en aplaudir. Pedro Sánchez no llegó a tanto. A él, el Congreso de los Diputados le sobra. Lo clausuró con la excusa de la pandemia y evitó el control a la acción de gobierno. Le cogió el gusto y ha establecido el récord de gobernar a decretazo limpio: 140 desde 2018, la mejor marca de todos los tiempos. Su decisión sobre el Sahara no cuenta porque la carta se redactó por un intérprete con fez y chilaba.
No voy a reproducir eso de que "no se podía gobernar a golpe de decreto ley" y su promesa de "dar al Parlamento la centralidad que merece y limitar su uso a circunstancias indicadas para ello". Sería abusar. Además, Sánchez sí ha debatido y acordado. Ha repartido el Presupuesto. Lo hizo con ERC, Bildu y el PNV. Al resto, desprecio o exigencia de "responsabilidad" cuando sus socios lo abandonaban. Dominador, provocó en algunos diputados un agudo síndrome de Estocolmo con consecuencias fatales: el deceso político.
Si prosperase la propuesta de juntar a toda la patulea que pulula alrededor de la coalición socialcomunista, Zapatero podría convencer a Otegi para que envíe a Txapote al debate. Sería otro logro de la democracia. El momento de salir, cerrar con llave y tirarla.