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Y Dios se disfrazó de DJ

Estaremos atentos a cuando las páginas se inunden de noticias sobre los diferentes voluntariados y ayuda social de la Iglesia.

Estaremos atentos a cuando las páginas se inunden de noticias sobre los diferentes voluntariados y ayuda social de la Iglesia.
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Terminó una nueva edición de la Jornada Mundial de la Juventud y los jóvenes –y no tan jóvenes– vuelven a casa con la fe renovada para afrontar la parte más difícil del encuentro: el día después. En el tercer tiempo tocará digerir el resacón sentimental y convertir ese carrusel de emociones en el germen de un nuevo espíritu. Lisboa acogió la cita y cumplió con las tradicionales expectativas del encuentro: hospitalidad del anfitrión, caos organizativo, jolgorio colectivo y calor asfixiante. Quizás haya que dar una vuelta a eso de organizar la JMJ en países mediterráneos en plena canícula estival. A este paso terminamos en Sevilla en pleno agosto, donde no irían ni los sevillanos. Por lo demás, la capital del Tajo aguantó el envite peregrino y sigue tan melancólica, sucia y encantadoramente decadente como siempre. El fado y la morriña hechos ciudad.

La Iglesia mantiene ese feroz empeño en demostrar que es universal. Lo demuestran las palabras de Francisco: "Amigos, quisiera ser claro con ustedes (…). En la Iglesia, hay espacio para todos. Jesús lo dice claramente (…): ‘Vayan y traigan a todos’, jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia, hay lugar para todos. ‘Padre, pero yo soy un desgraciado…’. ‘Soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?’ ¡Hay lugar para todos!". También lo demuestra el mosaico de asistentes, batiburrillo infinito de color, edad y condición. Para un servidor y otros tantos, la segunda jota de JMJ empieza a ser un recuerdo, pero aquí no encontrarán porteros de discoteca pidiendo el DNI. Cada cosa tiene su momento en esta vida, pero si hay dos lugares donde los treinta son los nuevos veinte, los cuarenta los nuevos treinta y así sucesivamente son el espíritu y la Iglesia.

Y como todo está escrito desde hace siglos, las palabras del Papa se hicieron carne durante estos días. Como en cualquier rebaño, hay ovejas diligentes y bien mandadas. Otras, descarriadas, remolonean antes de volver al redil y unas pocas se pierden. Las proporciones, Dios mediante, siempre son muy favorables a las primeras. Esas no llenan las portadas ni los telediarios; el bien de la Iglesia se da por hecho porque soporta una losa más pesada que Atlas: ser digna de la perfección de Jesucristo. Les aseguro que resulta inabarcable la cantidad de historias de superación, servidumbre, ayuda al prójimo, altitud moral y grandeza de espíritu que se dieron cita este fin de semana en el estuario del Tajo. Personas renegando de su luz propia –que no es precisamente poca– y utilizándola para que brille todo el rebaño en su conjunto.

Los otros dos tipos de ovejas son más escandalosos. Si no, que se lo pregunten a los veinte o treinta chavales que se han acordado de Txapote cuando no tocaba. En esas edades de plena efervescencia hormonal todo momento de fama es poco, y en menos de lo que negó Pedro a Jesús tres veces La Razón ya titulaba "¡Viva España!" y "¡Que te vote Txapote!": Inusual politización en la Jornada Mundial de la Juventud. Otros tantos hicieron lo mismo con el Cara al Sol, y El Confidencial no faltó a la cita con un ocurrente Subidón papal en Lisboa: 1,5 millones de jóvenes, una ciudad colapsada y cánticos de Cara al Sol. Parece ser que esto es informar, por lo que estaremos atentos a cuando sus páginas se inunden de noticias sobre los diferentes voluntariados y ayuda social de la Iglesia y sus movimientos asociados, así como todo el tejido social que sustentan donde no llega papá Estado. Entiendo que será en los próximos días.

Dejo al lector que asigne grupo ovino a los arriba descritos. También se dejaron ver estos días por las redes sociales los capillitas tuiteros con ínfulas que, erigidos en fariseos y sumos sacerdotes, disfrazaban de beatitud sus formas de inquisidores y ansias de fama. El problema, agárrense fuerte al sillón, eran los peregrinos bailando canciones de reguetón en la discoteca nocturna, algunas cajas de cartón que guardaban la sagrada forma –parece ser que el sagrario de San Pedro del Vaticano no estaba a mano– y un sacerdote despertando a las masas el día después de la vigilia del sábado noche a golpe de tecno duro. Quizás lo próximo sea indignarse por un partido de fútbol entre sacerdotes y monjas por haber abandonado su convento para hacer deporte, quién sabe. Lo que recomendaría a más de uno es que diera una lectura rápida al Libro de los Salmos para comprobar que los de antes también lo daban todo en esto de adorar al Señor, solo que con otros instrumentos.

Y dicho esto, benditos seamos todos. Quien piense en la Iglesia como un club social con acceso prioritario para quien cumpla todos los preceptos, está perdido. La realidad es que, en esta casa, el acceso es siempre VIP y gratuito. Estas jornadas habrán supuesto una revelación para algunos peregrinos y el inicio de una nueva vida; para otros, quizás más distraídos en peregrinar con el sexo opuesto o disfrutar de Lisboa, el asunto habrá pasado sin pena ni gloria. Se haya bajado al barro, pasado de puntillas o desaprovechado juzgando al personal, lo más importante es que esto es de todos, y es misión de los que se han impregnado con el barro de Cristo salir al mundo para traer al redil al resto de ovejas. Así reza el evangelio, cuando el pastor dejaba a las noventa y nueve y salía a buscar a la perdida.

Ya saben lo que dijo Larry Bird cuando Jordan les endosó 63 puntos en los playoffs del 86: "Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto". Pues bien, tengo la sensación de que la respuesta de Dios al hatajo de Judas, fariseos y doctores teologales de andar por casa que se han empeñado en buscar la paja en el ojo ajeno olvidando la viga en el suyo fue disfrazarse de ese sacerdote pinchando tecno en el amanecer lisboeta. Y es que el de arriba siempre anda hilando fino.

Por cierto: a ver si alguien puede pasarme la sesión completa de ese DJ celestial.

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