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José García Domínguez

Presagio de lo que se avecina

Lo que le espera a Sánchez, pues, son dos procesos al tiempo: el de Vitoria y otro en Barcelona. Sí, dos incendios institucionales a la vez.

Lo que le espera a Sánchez, pues, son dos procesos al tiempo: el de Vitoria y otro en Barcelona. Sí, dos incendios institucionales a la vez.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, escucha a través del sistema de traducción la intervención del portavoz del PNV, Aitor Esteban, en la segunda jornada del debate de investidura del candidato Alberto Núñez Feijóo en el Congreso este miércoles. EFE/Sergio Pérez | EFE

La última vez que se rompió España, asunto que aconteció en 1640, el poder central resultó impotente para mantener la unidad del Estado porque concurrieron dos circunstancias en aquel triunfal envite separatista que desbordaron su capacidad de respuesta. La primera de ellas fue que el desafío soberanista de las élites periféricas se concretó en una insubordinación coordinada desde dos ámbitos geográficos distantes entre ellos. Así, Olivares estaba en condiciones de reprimir un levantamiento de Portugal u otro de Cataluña, pero carecía de fuerza suficiente para contener a esos dos territorios al mismo tiempo. Algo que los separatistas catalanes y portugueses sabían de sobras.

La segunda circunstancia que acabó de inclinar la balanza a favor de los sediciosos fue la existencia de poderes internacionales interesados en debilitar a España. En el caso que nos ocupa resultaron ser dos. Por un lado, Inglaterra, siempre deseosa de que Portugal deviniera en lo que históricamente acabó siendo: un satélite continental de los anglosajones. Por el otro, en fin, una Francia dispuesta a sacar tajada territorial del alboroto catalán. Y si en octubre del 17, la última vez que se volvió a intentar la ruptura de España, salió mal, ello se debió solo a que fallaron las premisas que se acaban de glosar.

Así, cuando Carles Puigdemont, ese respetable estadista y hombre de diálogo, procedió a dar su golpe de Estado, tanto el factor internacional como la apertura de frentes simultáneos que dispersaran a las fuerzas del Estado, ambos, estuvieron ausentes de modo providencial a fin de escorar el resultado a favor de los leales. Pero también ellos aprenden del pasado. El respetable estadista dialogante volverá a ser presidente de la Generalitat en marzo de 2025 (las elecciones serán en febrero). Fecha en la que Otegi llevará tiempo asentado como lehendakari. Lo que le espera a Sánchez, pues, son dos procesos al tiempo: el de Vitoria y otro en Barcelona. Sí, dos incendios institucionales a la vez. Y como mínimo, un Estado miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Federación Rusa, dispuesto a reconocer a los insurgentes. Sánchez ni se imagina lo que se le viene encima.

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