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Pestíferos

La cuestión siempre será pensar de qué manera se puede luchar contra el odio sin ponerse de rodillas y sin llegar tampoco a contagiarse de él.

La cuestión siempre será pensar de qué manera se puede luchar contra el odio sin ponerse de rodillas y sin llegar tampoco a contagiarse de él.
Un grupo de iraníes queman una bandera israelí durante una manifestación antiisraelí para mostrar solidaridad con el pueblo palestino, en Teherán, Irán, 13 de octubre de 2023. | EFE

"Con el tiempo me he dado cuenta de que incluso los que eran mejores que otros no podían abstenerse de matar o de dejar matar, porque está dentro de la lógica en que viven, y he comprendido que en este mundo no podemos hacer un movimiento sin exponernos a matar". La frase se la dice Tarrou a Rieux, dos de los personajes más fascinantes de La Peste, de Camus. La dice en un contexto de pandemia, en mitad de una ciudad sitiada, pero más que de una masiva infección de cólera parece estar hablando de una masiva infección ideológica. "Yo sé a ciencia cierta que cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella. Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto a la cara de otro y pegarle la infección".

Podríamos divagar eternamente acerca de los infinitos motivos que se han esgrimido y se esgrimirán para justificar, y en algunos casos alentar, la eliminación del otro. Suelen compartir el mismo fondo que los que utilizan quienes condenan "todas las violencias" en lugar de una muy concreta, cuando se acaba de dar. Yo siempre he pensado que todos se resumen en el miedo, ya que se odia lo que se teme y se teme lo que no se comprende, lo que nos descoloca, aquello que puede hacer tambalear las mínimas certezas sobre las que hemos asentado nuestra existencia. Pero decir esto es incompleto porque también se teme a quien no nos comprende. Se teme a quien nos odia y, sobre todo, a quien busca decidido nuestra extinción. ¿Cómo defenderse de eso? ¿Qué hacer ante el que empuña el cuchillo contra nosotros? ¿Cómo evitar acabar siendo iguales que él?

A veces es muy complicado. La existencia es como es y querer luchar contra ella sin apestarse exige un compromiso con la verdad muy distinto del que nutre a esos equidistantes que lo equiparan todo burdamente para no tener que señalar el mal. En La Peste, Camus también escribe: "Hay siempre un momento en la historia en el que quien se atreve a decir que dos y dos son cuatro está condenado a muerte. Bien lo sabe el maestro (…). La cuestión es saber si dos y dos son o no cuatro (…). Muchos nuevos moralistas en nuestra ciudad iban diciendo que nada servía de nada y que había que ponerse de rodillas. Tarrou y Rieux y sus amigos podían responder esto o lo otro, pero la conclusión era siempre lo que ya se sabía: hay que luchar de tal o tal modo y no ponerse de rodillas".

Se puede decir, por ejemplo, que matar es una injusticia. Y reconocer, al mismo tiempo, que no es igual quien ataca a un vecino al que desea erradicar que quien se ve obligado a defenderse de su exterminador. Lo difícil es reconocer en qué momento comienza la infección. Denunciar con nombres y apellidos a quien, bajo el pretexto de la legítima defensa, termina suplantando a su agresor. Pero no lanzarse a comprar acusaciones sospechosas para cargar contra él sin pruebas concluyentes, sólo porque necesitemos argumentos que sostengan nuestros prejuicios, es decir, nuestro propio odio.

En un mundo cada vez más apestado de ideología, es difícil no pensar en Camus y en su personaje más desgarrado, que es Tarrou: "Sé que yo ya no sirvo para el mundo y que desde el momento en el que renuncié a matar me condené a mí mismo a un exilio definitivo. Los otros serán los que harán la historia. Sé también que no puedo juzgar a esos otros. Hay una condición que me falta para ser un razonable asesino. Por supuesto, no es ninguna superioridad. (...). Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las plagas". Él fue quien dijo aquello de que la integridad es el resultado "de una voluntad que no debe detenerse nunca". "Cansa mucho ser un pestífero. Pero cansa más no serlo. Por eso hoy día todo el mundo parece cansado, porque todos se encuentran un poco pestíferos". La cuestión siempre será pensar de qué manera se puede luchar contra el odio sin ponerse de rodillas y sin llegar tampoco a contagiarse de él. No deja de resultar aterrador el darse cuenta de que las razones más sofísticadas para justificar la injusticia nacen de la más profunda irracionalidad.

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