
Que hospitales y centros de salud sufren durante el periodo de gripe lo sabemos todos. Lo hacen en toda España, y por buenas razones. Existe todo un corpus matemático dentro de la llamada Investigación Operativa que se dedica a estudiar las colas y el dimensionamiento de servicios. Es una enorme ayuda a la hora de tomar decisiones en muchos ámbitos, del diseño de supermercados a la decisión sobre cuántos servidores y de qué tipo puede necesitar un diario digital, pasando por, naturalmente, la gestión sanitaria. Eso sí, se basa en la premisa de que nunca se va a poder atender sin colas los picos de demanda, porque requeriría una ineficiencia enorme en el gasto. Esos atascos los vimos de forma traumática durante la primera ola del covid, y lo vemos de forma continua desde hace décadas en las semanas en que toda España se contagia de gripe y colapsa las Urgencias. No es nuevo. Está pasando ahora y sucederá otra vez el invierno que viene. No tienen por qué creerme siquiera: busquen "colapso gripe" y un año cualquiera y se encontrarán las mismas noticias que estamos leyendo estos días.
Naturalmente, la misma izquierda que llama derroche a tener un hospital en Madrid para reducir esos atascos en caso de sufrir otra pandemia ahora nos dice que la sanidad pública debe ser capaz de atender esos picos. Especialmente esa del centro de España que lleva décadas siendo destruida por la malvada derecha pese a que otras autonomías gobernadas por la virtuosa izquierda presenten cifras peores. Y que si no es capaz de hacerlo, como no lo hace ninguna otra sanidad pública del mundo, la culpa no es de las duras leyes matemáticas y económicas sino del político de turno, siempre y cuando sea de derechas y más aún si se llama Ayuso.
Por eso lleva todo el fin de semana anunciando el retorno de la mascarilla obligatoria la ministra nombrada para intentar poner piedras en el camino a la sanidad madrileña. Por eso llevó este lunes el retorno de las mascarillas obligatorias a la comisión interterritorial sin pasar por los comités técnicos y presentando el papel con que intentaba justificar la medida cinco minutos antes de la reunión. Porque la intención no es ayudar a los enfermos apoyados en la mejor evidencia científica disponible, sino usar el poder para echar la culpa de las consecuencias de la gripe al PP: hay numerosos estudios que indican que la reducción del contagio de gripe y covid debido a las mascarillas es nula o tan pequeña que difícilmente puede diferenciarse de cero.
Entiéndame: muchos caímos con las mascarillas en el peor momento de la pandemia y yo el primero. Pero desde entonces se han ido acumulando las evidencias en contra de su efectividad no sólo frente al coronavirus, sino contra la gripe y otros virus respiratorios. Tan pocas pruebas hay a su favor que ya a finales de 2020 el Tribunal Supremo le echó en cara a la Abogacía del Estado que no presentara pruebas científicas en favor de su uso. Pero la misma izquierda que llama "negacionistas de la ciencia" a quienes no estamos dispuestos a quemar nuestra prosperidad y nuestras libertades en el altar climático hace oídos sordos a lo que dice la medicina, y hasta las matemáticas, cuando se trata de ejercer el poder sobre los ciudadanos y sus adversarios políticos.
Son unos magufos y, lo que es peor, unos magufos totalitarios siempre dispuestos a imponer sus gorritos de papel de aluminio en cabeza ajena. No es de extrañar que, excepto esa tierra de locos que es Cataluña, todas las demás comunidades autónomas le hayan enseñado el dedo corazón a Mónica García. Lo irresponsable, por mucho que se llene la boca la médica y madre, sería lo contrario.