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El punto y aparte

Sólo un autócrata como él, una persona tan pagada de sí mismo, tan ególatra, tan vanidosa, es capaz de hacer lo que ha hecho en estos últimos días.

Sólo un autócrata como él, una persona tan pagada de sí mismo, tan ególatra, tan vanidosa, es capaz de hacer lo que ha hecho en estos últimos días.
MADRID, 29/04/2024.- El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia institucional en La Moncloa, en la que ha comunicado este lunes que ha decidido seguir al frente del Ejecutivo | EFE

No se ha vivido un espectáculo, un sainete, un vodevil en la política española desde la transición, como el protagonizado por el jefe del sanchismo durante los últimos cinco días —desde que escribió su epístola a los españoles el pasado miércoles— y que ha tenido su guinda en la comparecencia de este lunes en la Moncloa, donde ha anunciado que va a seguir. En definitiva, "el puto amo", como lo definió su coligan preferido, el ministro Óscar Puente, se queda.

​El desprecio de Sánchez a las Instituciones democráticas —al Congreso, a la Corona— a su propio partido, pero sobre todo al pueblo español, es de tal magnitud y gravedad, que sólo un autócrata como él, una persona tan pagada de sí mismo, tan ególatra, tan vanidosa, es capaz de hacer lo que ha hecho en estos últimos días.

​A Sánchez le han sobrado en su intervención de ayer muchos minutos y argumentos. Bastaba con que se hubiera limitado a decir: "yo sigo porque mi apego al poder me impide tomar otra decisión" y entonces añadir, como si ha hecho que "esta decisión no es un punto y seguido, sino un punto y aparte. Se lo garantizo", porque ahí radica la gravedad de lo que este lunes ha manifestado el jefe del sanchismo, que no ha querido concretar más sus planes, como si los ciudadanos fuéramos tontos y no supiéramos por donde irá.

​El poder judicial, los medios críticos con su quehacer político, que vienen informando sobre los presuntos casos de corrupción o de tráfico de influencias que afectan a su partido, a su gobierno, o a su entorno familiar, y la oposición, son los tres objetivos que están en el punto de mira de este personaje. Lo veremos en los próximos meses, bien con iniciativas legislativas para modificar, por ejemplo, la ley de enjuiciamiento criminal para dar más poder a los fiscales y quitárselo a los jueces a la hora de instruir una causa; lo veremos con medidas que puedan asfixiaro al menos intimidar a determinados medios de comunicación. Y en cuanto a la oposición, Sánchez seguirá colocándola al otro lado del "muro" que anunció en el debate de su investidura. Seguirá manteniendo el cordón sanitario sobre el partido de Ortega Lara, pero tratará con todo el mimo del mundo al partido de Otegui. Así es el jefe del sanchismo.

​Lo que Sánchez da la impresión que sigue despreciando son varias cuestiones: la mayoría de los jueces son independientes y seguirán haciendo su trabajo de una forma honesta y profesional, mal que le pese al Presidente y los partidos que le apoyan, empezando por el cada vez más cadáver político, Yolanda Diaz, que ya ha pedido que hay que "democratizar la justicia".

​El jefe del sanchismo tampoco tiene en cuenta que hay un buen número de medios de comunicación que están dispuestos a seguir haciendo su trabajo de una forma libre e independiente, informando a sus lectores, oyentes o espectadores de lo que pasa, guste o no guste al actual inquilino de la Moncloa. ¿Qué va a hacer Sánchez? ¿cerrar todos los medios y dejar sólo operar, en acertada definición de Federico Jiménez Losantos, al "comando Intxaurrondo"?

​Y, sobre todo, Sánchez no es consciente que hay un gran número de españoles —diez millones votaron en las elecciones generales del 23-J a opciones de centro-derecha— que están dispuestos a resistir, a aguantar lo que haga falta, porque aman la libertad y la democracia, mucho más que lo que este autócrata dice que quiere a su mujer y a su familia.

​Por cierto, este argumento del amor y de los ataques que ha sufrido su familia —ayer amplió el periodo temporal a hace diez años— quizás se lo compre su parroquia socialista, incluso gente de buena fe, pero el jefe del sanchismo carece de toda autoridad moral, de toda credibilidad para esgrimirlo. ¿Qué ha hecho él durante estos últimos años con la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso, no solamente desde que se supo que su actual pareja podría haber cometido presuntamente delitos de fraude a Hacienda, sino desde bastante antes? ¿Qué hizo su vicepresidenta primera hace unas semanas en el Congreso, atacando a la pareja de Feijóo por haber recibido —dijo la cada vez más histérica María Jesús Montero— la empresa donde trabajaba una subvención de la Xunta de Galicia cuando él actual líder de la oposición era su Presidente? Noticia que el medio que la publicó reconoció que era falsa, y la vicepresidenta primera todavía no ha pedido perdona Feijóo y a su pareja.

​El jefe del sanchismo se queda, porque su apego al poder no tiene límites. Después de haber blanqueado a los herederos políticos de ETA; después de haber indultado a los políticos independentistas catalanes que intentaron dar un golpe de Estado en 2017; después de poner en marcha una ley de amnistía porque era condición imprescindible para que el prófugo Puigdemont le diera sus siete votos en la investidura; después de decretar un cordón sanitario contra un partido que está dentro de la Constitución como VOX; después de perder las elecciones generales del 23-J y tener que buscar apoyos en lo mejor de cada familia, viene ahora a hacerse el mártir, y a decir a los españoles lo intolerable que resultan los ataques a su familia, y más concretamente a su mujer.

​Seguirán los tiempos duros, que no son ninguna novedad, porque todo empezó con Zapatero en el 2004. No queda otra que aguantar, resistir los embates de este autócrata y de sus socios parlamentarios. España, la democracia y la libertad están muy por encima de este personaje, que por si alguien no lo conocía, ha quedado al desnudo con lo que ha hecho desde el pasado miércoles: reírse de las Instituciones y de todos los españoles. A día de hoy seguirá, pero más dura será, en un futuro no lejano, su caída. La cuestión es el daño que ha hecho y seguirá haciendo a nuestra Nación.

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