
Seguramente estoy exagerando, pero la demasía es necesaria cuando se trata de hacer ver que esa historia de una Europa centrista o incluso de blandas derechas acosada por las derechas duras y nacionalistas, no es más que un cuento. Ciertamente, todo está lleno de cuentos, como recordó León Felipe, que creyó que se los sabía todos (todos menos el suyo). Pero hay cuentos para dormir niños y cuentos para erizar el miedo en el vello de los adultos demócratas que quedan.
En la Europa vigente, dos terremotos diferentes pero vinculados, acaban de repintar la imagen idílica de un continente gobernado amistosamente entre una izquierda colaboradora y un centro derecha escasamente mayoritario pero dialogante por alejado al "extremismo de la ultraderecha" nacionalista y antiburocrática. Uno, ha sido el hundimiento tory en el Reino Unido y el otro, es el atraco electoral perpetrado contra Marine Le Pen con una ley electoral estrambótica.
No diré de ningún modo que el laborismo británico tenga algo que ver con el social-comunismo español, pero su victoria abrumadora sobre una derecha estúpida y frívola va a facilitar la tentación de ir zurciendo una alianza entre la socialdemocracia británica y grupos más a su izquierda, ahora amparados por una supermayoría absoluta puede permitirse los desarrollos habituales de las querencias de la izquierda por la ocupación e intervención social.
En Francia, el proyecto de gobierno Frankenstein de Pedro Sánchez es quien realmente ha ganado las elecciones. Se llamará gobierno "francoenstein", qué paradójico, pero se trata de la misma sucesión de realidades. Un tonto solemne, Macrón, convertido en Micrón en este caso, se asusta y se inhibe como se inhibió en España Rajoy y se aviene a dejar gobernar a la izquierda, pese a que lo primero que hará la gauche, ya nada divina, es expulsarlo del "Paraelíseo."
Habría que examinar con detenimiento si al listo de Micrón le unen políticamente más cosas con el cacao melenchoniano de las izquierdas que con el impulso indignado de una Francia media baja como la de Marine Le Pen. Pero parece cantado que el aún presidente de la República ha preferido por ahora ser cómplice del ascenso de la ultra-extrema-izquierda, a la que parece no considerar peligrosa, que ponerse de acuerdo con el partido ganador de las elecciones, este sí muy peligroso y extremoderechoso.
Como en España, donde ganó el PP en las pasadas elecciones de junio de 2023, en Francia ha ganado Marine Le Pen en la primera y en la segunda vuelta en número de votos. Ya sé que no se cuenta porque no conviene, pero los datos son testarudos. En las elecciones europeas y en las recientes generales, ha sido ella la que ha ganado con llamativas diferencias eliminadas por efecto de la ley electoral, como también ocurre en España, si bien de otro modo.
Verán. En la segunda vuelta, tras ganar ampliamente la primera, la Agrupación Nacional de Le Pen obtuvo 8.744.080 votos, siete puntos porcentuales más que el segundo. El Nuevo Frente Popular logró 7.004.725 y el macronismo se ha encogido hasta los 6.313.808 votos. Sin embargo, por prodigio de la ley electoral, el partido más votado es el que menos escaños ha obtenido, 143, mientras que los perdedores han obtenido 180 y 159 respectivamente.
Como la mayoría absoluta está en 289 diputados, es evidente que Macron va a decidir quién gobierna. La pregunta es si para conservar la presidencia pactará, tatuándose un Sánchez en su centrismo epidérmico, con la extrema izquierda. Parece que escaldado por su arrogancia, lo de convocar presidenciales para perderlas no entrará ya en su juego y pactar con el partido de Le Pen, tampoco. Por si fuera poco, ya tiene a los bilduetarras en la Asamblea francesa.
De este modo, nos encontramos con que, tras la victoria laborista y el cambalache francés, tenemos a un Pedro Sánchez que, lejos de estar debilitado como lo estaba hace bien poco tiempo, ahora une a su ocupación de Tribunales decisivos, que le blindan ante todo caso de condena por corrupción, sea la que sea, la exportación de su modelo izquierdista monstruoso según el cual las naciones de dividen en dos, los suyos y los otros y donde un escaño más de los necesarios basta para legitimar el exilio interior de los adversarios. El gobierno socialista alemán observa atentamente, como otros muchos.
Si a ello unimos la interminable, y cada vez más escandalosa por estúpida, disensión entre las derechas españolas puede decirse sin temor a errar que tantos balones de oxígeno regalados cuando su asfixia era inminente van a permitir a Pedro Sánchez resistir durante bastante más tiempo del esperado y dar pie, de paso, a la resurrección de Podemos o de su nuevo artefacto político, el que sea. Al fin y al cabo, es el autor de la hoja de ruta que ahora se exporta a esta Europa desnortada y suicida que nos ha tocado vivir.