Es sabido que España es muy supersticiosa. A pesar de ello, los estudios científicos relativos a la gafancia están aquí muy poco avanzados en comparación con otros países, como Italia, donde hay una larga tradición de estudios sobre la materia. Sin embargo, una de las cosas de las que debe protegerse cualquier gobierno es de tener gafes en su seno. Aunque no tengan poder suficiente para provocar su caída, pueden ponerle las cosas muy difíciles al mejor gestionado. Luis Yáñez sólo fue secretario de Estado y ya se sabe lo que hizo. Pedro Sánchez no dimitirá jamás, ni hay posibilidad de que salga derrotado de una moción de censura. Pero un gafe suficientemente vigoroso en el Consejo de Ministros quizá sí pueda acabar con él. ¿Hay por ventura alguno?
El caso es que no es fácil identificarlos. El gafe lo es a todos los efectos. Pero, cuando tienen alguna especialidad, es más fácil descubrirlo. El meteorológico convoca las tormentas como una bruja al demonio. El catastrófico provoca accidentes a todo vehículo en que se monte. El lúdico hunde en la bancarrota al jugador al que se arrime. El turístico arruina los viajes de sus compañeros de escapada. El patólogo enferma a quienes se le acerquen. Y así, muchos más.
En política, además, hay formas de atraer la gafancia que van más allá de hacer ministro a un gafe. En este sentido, hay que saber que, por supuesto, muchos gafes nacen siéndolo. Pero, otros se hacen. Y una forma de crearlos es cometiendo la temeridad de, por ejemplo, nombrar ministro de Defensa a uno que se apellide Guerra, o ministro de agricultura a uno que se llame Campo, o ministro de la vivienda a uno que sea Barrio, o ministro de Economía a un Preciado, o de Transportes a uno que se llame… Puente. ¿No podía Sánchez haber hecho a Puente ministro de cualquier otra cosa? Cometer este tipo de temeridades gratuitas es muy peligroso. No digamos si el designado ya era gafe, de nacimiento o de vocación.
Óscar Puente ya obtuvo en 2011 los peores resultados de la historia del PSOE en Valladolid. Y, a pesar de eso, consiguió empeorarlos en 2015. Si fue alcalde, fue porque lo auparon los comunistas, que a ésos su perversidad les protege de cualquier mal fario. Además, es autogafe, algo infrecuente, pero no raro, ya que, visitando unas obras en 2023, se cayó y se rompió el cuádricpes. Sus desgarradores gritos y estentóreos llantos no tocaron la piedad de nadie de quienes le acompañaban, pues, indiferentes al dolor del socialista, se limitaron a discutir tranquilamente qué pudo haberse roto, concluyendo que sería la rodilla.
Y claro, ahora ha llegado la prueba irrefutable de sus capacidades gafatorias con los desastres en la estación de Chamartín, las averías de los nuevos trenes Talgo y las de la red ferroviaria. Sánchez se siente inmune porque cree que Puente es sólo gafe mecánico y sus víctimas sólo pueden ser los españoles de a pie que se aventuren a coger un tren. Pero cuando el gafe se manifiesta, nadie está a salvo, especialmente si se está próximo a él. Debería destituirlo inmediatamente. Y, si no puede, al menos que no se suba al Falcon.