El título de hoy puede encerrar dudas sobre su contenido. Me apresuro a aclarar que no voy a entonar un cántico a la prodigalidad, tampoco una loa al pródigo, ni tampoco asumir la irracionalidad económica.
Es cierto que en el relato bíblico del hijo pródigo [Lc 15, 11-32] el padre perdona al hijo perdido –que había derrochado toda su herencia–, agasajándole a su llegada, porque estaba perdido y fue hallado, frente al malestar de su hijo mayor, por tal recibimiento.
Lo que nunca dijo el padre al primogénito es que aprendiera de su hermano y que derrochara también de todo lo que dispusiera, que, en sus propias palabras: todas mis cosas son tuyas.
En la RAE, la prodigalidad, viene también referida al desperdicio, al gasto excesivo de la propia hacienda. Sea como fuere, el pródigo, carece de raciocinio ante la disponibilidad de recursos.
Así las cosas, planteo una cuestión previa: si el pródigo desperdicia sus propios recursos ¿qué no hará con los recursos de los demás? Sobre todo, recordando la cita de doña Carmen Calvo, de que el dinero público, que quizás administre el pródigo, no es de nadie.
¿Cuál es el motivo de mi preocupación y, precisamente, en este momento? Porque la prodigalidad o la administración desleal, viene practicándose, y no sólo, desde que el sanchismo se adueñó del país; resultado: niveles extravagantes de deuda pública. Es ahora, al hacerse públicas las posiciones políticas sobre financiación de las Comunidades Autónomas, deduzco un peligro de institucionalización de la prodigalidad, lo cual, salvo error, es mucho más grave.
La institucionalización se está produciendo, como era de esperar, de forma muy sibilina. ¿O no venimos oyendo a diario, que el modelo de financiación de las CC. AA. debe de regirse por el principio universal de la suficiencia, además de otros más privativos/singulares?
Tal mandato supone haber olvidado un principio, más que evidente, de la realidad económica: los recursos disponibles son escasos, mientras que las necesidades a financiar, son ilimitadas; y eso, en la economía individual, en la familiar y en la nacional. Es más, no hay un umbral de necesidades, que pueda mantenerse constante en el medio y, menos aún, en el largo plazo; satisfechas unas, aparecen otras nuevas que nunca fueron consideradas.
El pródigo conoce bien esta ausencia de límites. Sus necesidades nuevas se multiplican a medida que se satisfacen las antiguas. ¿Y pretendemos que la financiación sea suficiente para cubrirlas todas?
En la polémica sobre financiación autonómica, no he oído todavía ¿qué hay que financiar? ¡¡Silencio!! ¿O se pretende librar un cheque al portador? Esto suele ocurrir en las dictaduras, pero…
La respuesta exige la valoración de los servicios públicos esenciales que, en cantidad y calidad iguales, deben garantizarse a todos los españoles, pues, para esos, y sólo para esos servicios, podría pretenderse una financiación suficiente.
El exceso de servicios –sobre la igualdad– o el resultado de la –pródiga– gestión de los recursos, deberán financiarse, directamente, por la Comunidad respectiva.
Lo otro, la suficiencia universal, convertiría a España en el reino de los pródigos; todos, cuanto más, mejor.