Ya desde mucho antes, pero sobre todo tras las elecciones del 28 de julio, el comportamiento del Gobierno de Pedro Sánchez con Venezuela es difícil de comprender, al menos desde el punto de vista de la política tal y como deberíamos entenderla: la búsqueda del bien común y el respeto a una serie de valores que son universales.
Y es que como bien dijo Cayetana Álvarez de Toledo en su intervención este martes en el Congreso: lo moral es lo eficaz. Es algo que nos ha enseñado la historia en numerosas ocasiones: el cinismo y la inmoralidad suelen acarrear, más pronto que tarde, grandes costes no sólo para los países, sino también para los gobernantes que se comportan así. Sólo hay que ver, por citar un ejemplo, cómo recuerda la historia a Winston Churchill y a Neville Chamberlain.
Desgraciadamente, la postura del Gobierno español respecto al inmenso fraude electoral de la dictadura de Maduro se parece mucho más a la de Chamberlain que a la de Churchill y, además, los motivos parecen mucho más espurios que los que tenía el primer ministro británico para contemporizar con Hitler: desde la llegada a Barajas de Delcy Rodríguez y su cargamento de maletas las relaciones del PSOE con el régimen chavista despiertan mucho más que dudas.
Y ya no dudas sino certezas es lo que se puede tener sobre el papel de José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los esbirros más fieles del criminal régimen de Caracas, del que hasta ahora podíamos creer –con mucha buena voluntad, eso sí– que trabajaba en solitario, pero que ya no se puede dudar de su cooperación con un Ejecutivo que ha llegado a defenderle explícitamente en una moción parlamentaria.
Todo esto dibuja un panorama en el que no sorprende nada que el Gobierno vea con honda preocupación las amenazas que está profiriendo el régimen de Maduro tras la aprobación en el Congreso de la moción para reconocer a Edmundo González como presidente electo. Unas amenazas que, de convertirse en hechos concretos,podrían afectar a algunas empresas españolas, sí, pero que sobre todo podrían afectar a esos políticos cuyas conexiones con la dictadura chavista cada día parece más claro que van mucho más allá de lo que son las relaciones internacionales o diplomáticas normales.
¿Qué temen Sánchez y los suyos? ¿Alguien se cree que lo que preocupa al Gobierno –el mismo que en los últimos años ha perseguido de palabra, obra e impuestazo a tantas empresas e incluso a muchos empresarios– es el futuro de las compañías españolas que tienen intereses allí?
Sánchez, sus ministros o el propio Zapatero no han tenido ningún miramiento para perjudicar a las empresas con intereses en Israel para que el PSOE pudiese hacer campaña en las europeas; ni tampoco lo tuvieron para poner en riesgo las relaciones comerciales con Argentina para defender a la indefendible Begoña Gómez. ¿De verdad pretenden que aceptemos sin ninguna sospecha que ahora sí se preocupan por lo que ocurra a nuestras compañías en Venezuela?
Algún día, antes o después, caerá el régimen chavista como han caído casi todas las dictaduras y entonces quizás sepamos qué es lo que de verdad teme Pedro Sánchez de Nicolás Maduro. Y ya verán como no está relacionado con las empresas, al menos las decentes.