
Ha pasado inadvertido para el común de los mortales que Salvador Illa ha recibido bajo palio a Jordi Pujol Soley, rehabilitando así la figura de un imputado por corrupción que sigue pendiente de un juicio todavía sin fecha, aplicándole de facto una amnistía que no debería alcanzarle con arreglo a la letra de la infame ley recurrida ante el Tribunal Constitucional por el propio Tribunal Supremo de España, último bastión de nuestra maltrecha democracia constitucional.
La Fiscalía Anticorrupción solicita todavía hoy nueve años de cárcel para Pujol Soley por los delitos de asociación ilícita y blanqueo de capitales que entiende que cometió junto al resto de su familia, "al menos desde el año 1991", con "la ingente cantidad de dinero" que ocultaron en Andorra, fruto del "favorecimiento a determinados empresarios para que resultaran adjudicatarios de distintos concursos públicos de la administración pública catalana".
Como todo acusado el derecho a la presunción de inocencia sigue intacto para él, pero el reproche ético también permanece y sin embargo esto no le importa al presidente de la comunidad autónoma de Cataluña.
Salvador Illa no puede alegar desconocimiento por cuanto le consta que la Comisión de Investigación que se constituyó en el Parlamento autonómico de Cataluña —Comisión Pujol— supo de las relaciones del personaje muy estrechas e intensas, con lazos de amistad y camaradería propios de una organización pensada para delinquir (Caso Palau), enriqueciendo a los cercanos y urdiendo toda una red clientelar a modo de agencia de colocación, dirigida por la extinta Convergencia y Uniò, con él al frente.
Como recuerdo, frases dichas o compartidas por el homenajeado al que Illa ensalza:
"El trabajo bien hecho no tiene fronteras"; "Hacemos país, estamos haciendo país" (el legatario Salvador Illa ha ido incluso más lejos al proclamar el pasado 10 de septiembre que Cataluña es una nación); "España nos roba"; "La España subsidiada vive de la Cataluña productiva"; "La política o tiene un fundamento ético o es un simple mercadeo de gente espabilada".
Recibo con asombro que todo esto parece como si nada hubiera sucedido, asumiendo el máximo representante del Estado en Cataluña el legado de quien fuera el principal referente, padre ideológico del separatismo catalán.
Del legado del "avi" Florenci al legado de Jordi Pujol, éste último en favor del socialismo catalán y del resto de España. Solo falta que Pedro Sánchez lo defina como "hombre del siglo".
Es todo tan detestable que invita a la melancolía y al repudio de buena parte de nuestros compatriotas socialistas.
Quien tenga dudas de la connivencia de la oligarquía de nuestro país —el floreciente empresariado burgués— con la corrupción sistémica que nos asola vive en realidad en otra galaxia; quien siga creyendo que nuestra democracia es verdaderamente tal que siga en el "guindo" hasta que se caiga de él.
El problema es que el traumatismo craneoencefálico de la caída será irrecuperable y la demostración de la futilidad del voto en los procesos electorales hoy es toda una evidencia, vista además la querencia autolítica de centro derecha patrio.
En la marchita España, para quienes no quieran comulgar con ruedas de molino, sólo se plantea, paradójicamente, la opción revolucionaria de "socialismo o muerte" que gritaba Fidel Castro en 1989, añadiéndole yo el calificativo de civil, un paria sin derechos civiles.
Y dado que algunos irreductibles abominamos de ser socialistas, nuestra sedicente democracia nos conduce a esa muerte civil en la que como zombis vagamos.