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José T. Raga

No todo tiene precio

Cuando el hombre mancilla y menosprecia su dignidad, inicia el camino de su esclavitud.

Cuando el hombre mancilla y menosprecia su dignidad, inicia el camino de su esclavitud.
Pedro Sánchez. | Europa Press

Sólo por el título de estas líneas hay ya motivos suficientes para ser criticado, denostado, incluso vituperado por más de un lector, precisamente, en un momento como el actual, principios del siglo XXI, y en un país como España, donde cada cual, parece dispuesto a poner precio –no es necesario que sea monetario– hasta a lo más noble de su existencia.

El Derecho Romano fue prolijo en la distinción del carácter de las cosas, diferenciando entre las que pertenecían al comercio de los hombres, "res in commercio", y las que no, "res extra commercium".

El Código Civil español, siguiendo la tradición del Derecho Romano, en su artículo 1.271, dice: "Pueden ser objeto de contrato todas las cosas que no están fuera del comercio de los hombres, aún las futuras". También la legislación complementaria, es abundante en esta distinción.

Hoy, para estas líneas, subrayaría aquí, como excluidas, las que son atributos del ser humano: ante todo, la dignidad, y consecuentemente la libertad y todos los derechos humanos, innatos en las personas, no por concesión de poder temporal alguno, sino, por ser lo que son: seres humanos.

Algunos pensarán, quizá de buena fe, que los derechos humanos son una concesión de las Naciones Unidas [Declaración Universal de los Derechos Humanos, Adoptada y proclamada por la Asamblea General en su resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948] y ello pese a que su Artículo 1, no puede ser más expresivo: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…". Es un reconocimiento, sin paliativos, no una concesión.

Su fundamento lo encontramos en el Génesis 1-27: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó". De aquí que, lo que a los hombres pertenece, por su propia naturaleza, nada ni nadie puede arrebatárselo.

¿Puede el hombre renunciar a su dignidad? Si lo hiciera, dirá Aristóteles, sería "por preferir la clase de vida de los animales de pasto" [Ética a Nicómaco, Libro I, Cap.V. Alianza Editorial, Madrid 2005].

Cuando el hombre mancilla, menosprecia su dignidad, inicia el camino de su esclavitud, en el que nunca podrá esperar que, los demás, reconozcan y estimen lo que él menospreció.

Cuando alguien ultraja su propia dignidad, daña para siempre lo que ésta implica como origen para la opinión personal, el criterio, la capacidad de juicio… renunciando a la estima pública, debida a lo que es: un ser humano, imagen de Dios, libre, racional, y responsable.

Una persona que, estimando su propia dignidad, y la de sus semejantes, es acreedor al honor de la comunidad. Pues honor es "el testimonio de la excelencia en bondad de una persona" [Santo Tomás de Aquino Suma de Teología. B. A. C. Madrid 2001; Parte II-II(b), q. 103, a. 2]. ¡Qué mayor excelencia cabe, que la dignidad por ser imagen de Dios!

¿Hay algún bien o favor ofrecido, que compense la renuncia a la dignidad? De aquí que, la dignidad, no sea un bien de mercado, enajenable por un precio.

¿Que muchos puedan enajenarla? Bien. ¡Allá ellos!

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